Tuve un compañero de despacho que se declara soso a mucha honra, y es de pueblo, honra que a mí no que quiso dar el destino. Me comentó un día que el reggae (la música de Bob Marley, dicho en corto) dio en la sierra de Cádiz la posibilidad a algunos no dotados para el baile de estar con discreción y a gusto en una fiesta o una pista. Movías los hombros, poco más, y podías pasar desapercibido: nada que ver con la dificultad considerable, a riesgo de hacer el ridículo, de la música disco, que es contemporánea con el reggae. Aquella rompedora música jamaicana fue un alivio para muchos, porque aunque estuvieran moraditos podían participar de la farra. Integrados. Cabeceo, escápulas arriba y abajo, poco pie. Tirado.

Desde hace años ya, impera entre los jóvenes el reguetón, un musicaje que, comparado con el reggae del que parece entroncar su denominación, es como decir que Sabina bebe de Bob Dylan. Y es ahí donde está la cosa: nos creemos, por la cara, que lo nuestro sí que era bello, como si todos hubiéramos sido beatlemanos, hendrixianos, muy de Joni Mitchell y hasta editores de Radio 3. Puede uno –a mí, que me busquen– bailar reguetón en las fiestas, pero también con las bolsas del lote delante del coche en un descampado, y a la vez y sin colisión haber heredado de tus padres el orgullo de saber cantar tres o cuatro canciones que compuso George Harrison en los Beatles, o disfrutar algún tema de ocho minutos de Pink Floyd. Una cosa no quita la otra. Demonizar el reguetón tira a viejuno. Nos ponemos dignos e inmaculados. Y no...

O sea: igual que bailamos sevillanas en cualquier feria, romería o lo que haga falta, uno bailó mucho el Could you be loved?, de Marley, dando botecitos para, en el fondo, pasar desapercibido y pasarlo bien. Ahora, en las despedidas de soltero de un sobrino o en un sitio raro adonde te llevó la cena de departamento se marca usted unos descoyuntes con la letra en celo de Dj Candela o Chandita King (nombres imaginarios). John Travolta, Mick Jagger, Marvin Gaye... cada cosa tuvo lo suyo. El reguetón iguala el baile en pandilla: nada nuevo. ¿Que es más pura la bulería? ¡Pa ti la pataíta!... que así se lucen los cuatro de siempre en la caseta municipal. Cantaba Santana “deja que jueguen los niños”. No nos creamos mejores que los nuevos galgos, no enaltezcamos nuestra juventud en detrimento de la que está vigente; no rajemos del reguetón, es sólo un aditivo de salir de fiesta (que antes decíamos de marcha o de juerga). Es más: viva el reguetón, culitos y cueppos míos. Es un nuevo código fiestero, no la única música que consumen los chavales. Son jóvenes, no tontos.... en general, como siempre y con todo.

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