a pié de rampa

Horacio Galea Pardo

Al César, lo que es del César

ESCRIBÍA el año pasado y no por menos callaré ahora, pues expresaré siempre mi opinión con respeto, a quien se precie de saber interpretar mis pobres palabras.

Al tener entre nuestras manos uno de esos itinerarios, que tanto demandamos antes de la Semana Santa, además de fijarnos en los recorridos y horarios últimamente tan controvertidos, por costumbre solemos leer a veces hasta el título de las cofradías.

Existe tal profusión de denominaciones que el abanico de la titulitis se hace algo peculiar o recargado. Lean pues si no, la interminable denominación de algunas, como si ello las hiciera más noble o decorosa. Las hay devotas, ilustres, reales, agustinianas, universitarias, sacramentales, seráficas, castrenses, etc. y un sin fin de apelativos, mediante los cuales quieren hacer relevante su origen. Bien está lo que bien parece.

Todas deben dedicarse a lo mismo, a dar culto a Dios y practicar abundantemente la caridad, aunque esto último habría de ejercerse de forma más generosa, pues los tiempos que vivimos son de penuria económica, donde se dedica más a la conservación del patrimonio que a socorrer a los necesitados. ¡Por favor! no se rasguen todavía las vestiduras, pues no he venido a inventar nada nuevo.

Una de las modas al uso, es la de incluir en sus filas personajes notorios de la vida política, bien en sus órganos de gobierno o como simples colaboradores, siempre para el prestigio de unos y el realce de otros, estén o no en situación de mandato establecido. Cuestión esta de alto riesgo, pues la contrapartida es la búsqueda de la popularidad y de los consiguientes votos. Además, no todas las filosofías ideológicas de los partidos políticos son las mismas, pues las hay que han legalizado y permiten el aborto (matanza de inocentes) hasta con dinero público. Sabemos quienes son. El que tenga oídos, que oiga.

Vemos a algunos políticos en los cortejos procesionales, saludando a la concurrencia entre gestos e hipócritas sonrisas, con tintes electorales. Hasta hubo algún partido, que hizo su campaña dentro de los mismos templos; ya no se respeta ni la Casa de Dios. ¡Ojo! que no hablo en vano y he sido testigo presencial de ello.

Ya no estamos en esos tiempos, donde el Estado confesaba con la Iglesia la misma doctrina. A Dios gracias, esto ha cambiado, no vayamos a estropear todo esto ahora por un puñado de euros; aunque alguna cofradía las pasaría canutas sin las subvenciones.

Las cofradías son la expresión de la fe popular y, como tal, no les hace falta vanagloria de grandes titulaciones. Somos tan sencillos en nuestra expresión, que hasta en lo económico nos autofinanciamos libremente, algo de lo que la clase política no puede arrogarse, pues vivir del cuento, del presupuesto y de otras mamandurrias, es lo usual.

No mezclemos política y religión. Al César, lo que es del César; y a Dios, lo que es de Dios.

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