Cervantes y la Universidad

Pienso si no somos a veces demasiado ligeros en la crítica a nuestras instituciones, aireando sólo lo malo

A finales del siglo XVI, un antiguo comediante llamado Tomás Gutiérrez que regentaba una posada de cierta fama justo enfrente de las gradas de la Catedral, sostuvo un intenso pleito con mi Hermandad Sacramental del Sagrario a cuenta de la negativa de ésta a admitirlo como hermano de la cofradía por no cumplir con las exigencias de las reglas. No se arredró el posadero ante el desaire de la hermandad y puso todo de su parte para defender su honor mediante demanda ante el Arzobispado, y aquella finalmente tuvo que admitirlo por así ordenarlo una sentencia del provisor general de enero de 1594. En la causa, entre otros, declaró en su favor un vecino y amigo que abundó en la seriedad y el buen nombre de la ya entonces tradicional comedia española. Se trataba, como habrán imaginado, de don Miguel de Cervantes y Saavedra.

Si traigo aquí hoy esta pequeña historia cervantina es porque la semana pasada tuve la suerte de visitar el largo fondo antiguo de la biblioteca de la Universidad de Sevilla, como tantas veces ocurre con nuestros tesoros más preciados, oculto en una planta del funcional edificio que alberga parte de aquella junto al cuartel de Eritaña. Y allí está, con la firma bien legible de nuestro escritor más universal, el expediente original primorosamente restaurado al alcance de cualquier interesado, redescubierto gracias a la pericia de su archivero y sacado del olvido desde que lo citara por primera vez hace más de cien años el insigne don Adolfo Rodríguez Jurado en su discurso de ingreso en la Academia de Buenas Letras.

Y pienso en la cantidad de sitios e instituciones sin mayor interés que visitamos casi por inercia cuando viajamos como turistas a cualquier destino en viajes de bajo coste, teniendo al lado de casa ofertas imponentes que apenas conocemos. Y pienso en lo que daría (y vendería) cualquier bucólico pueblecito de la campiña inglesa por poder contar una historia como ésta, una pequeña muestra de la realidad humana y social de la sociedad del antiguo régimen, coronada con la firma original, pongamos, de William Shakespeare. Y pienso también si no somos a veces demasiado ligeros en la crítica y hasta en el desprestigio de nuestras instituciones, aireando sólo lo malo, cuando ya quisieran algunos tener la historia y la categoría que algunas de las nuestras mantienen, aunque tampoco nosotros hagamos demasiado por fomentarlo.

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