Berenguer

Escribe Berenguer: “En aquel momento, España se componía de tres pueblos: Chiclana, la Isla de León y Cádiz”

Se nos va el año sin que recordemos aquí a un buen escritor del XX español, Luis Berenguer, isleño del Ferrol, ingeniero de armas navales, de quien se cumplían cien años este 11 de diciembre. Su novela más conocida, tanto que incluso se llevó a la tele, fue El mundo de Juan Lobón, protagonizada por un cazador furtivo. Su mejor obra, sin embargo, bien pudiera serlo Sotavento, novela entre humorística, documental y fantasiosa, donde se nos ofrece la España del XVIII y el XIX por la doble vía de una saga familiar y la varia fortuna de sus miembros, pertenecientes a la Marina. Esto es, donde se aprecia que en Luis Berenguer, marino por tradición, el oficio fue consustancial a su formación humana y literaria.

Por otro lado, esa atención al XVIII hispánico, en ambos lados del Atlántico, podría vincular esta novela de Berenguer, publicada en el 73, con El siglo de las luces de Carpentier, editada once años antes, y donde Carpentier pone a Torres Villarroel a conjurar los fantasmas del palacio de la condesa de Arcos. Sin embargo, dicha relación no es tan lineal ni tan obvia. Mediados los cincuenta, Cunqueiro ha publicado ya una fantasía dieciochesca, Las crónicas del sochantre, en la que se ahílan historias de la bretaña francesa, con mucho de erudición viajera, como en Sotavento se anudan extravagancias y recuerdos de una ilustre familia de navegantes puertorrealeños. Añadamos a esto la atención a la marinería de la literatura del mismo XVIII (en Las aventuras de RoderickRandom Smollett cuenta por lo menudo la derrota inglesa en el asedio a Cartagena de Indias, por mano de don Blas de Lezo), y encontraremos, quizá, la contextura donde la imparidad de Sotavento se fragua.

Una imparidad, repito, en la que la fantasía erudita y la fidelidad histórica no se contradicen; y donde una general melancolía, unida al derrotero de España, no obstaculizan una mirada humorística. Contando la batalla de Torre Bermeja, en la desembocadura del Caño de Sancti Petri (era el 5 de mayo de 1811), escribe Berenguer: “En aquel momento, España se componía de tres pueblos: Chiclana, la Isla de León y Cádiz”. Todo lo demás era tierra ocupada; todo salvo la España de ultramar, que en Sotavento veremos emanciparse entre discordias familiares y lances de la marinería imperial. En esta fórmula paródica, Berenguer encierra una pequeña y accidentada historia del mundo: un mundo que alcanzaba de Montevideo a Manila; que conoció la gloria de Jorge Juan y el oprobio de Fernando VII.

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