Gafas de cerca

Tacho Rufino

jirufino@grupojoly.com

Autoestima baja total

Ricky Zubiría, arquitecto propenso a jubilarse, suele decir entre bromas y veras que los economistas lo argumentan todo con la oferta y la demanda, que a partir de ellas realizan acrobacias explicativas de lo que haga falta. La última vez que le tomé la banderilla, entré en modo profesión y le dije que, a instancias de una entrevista aquí de Luis Sánchez-Moliní a Miguel Ángel Robles sobre su libro Philosophers, me encontraba leyendo Sobre la libertad, de John Stuart Mill, economista clásico–entre otras cosas– y que en sus páginas no había encontrado aún una referencia a la oferta y a la demanda, aunque sí al mercado (O my God!... ¿no son lo mismo?). El argumento de Ricky me lleva a la omnipresente “autoestima”, a cómo nos percibimos a nosotros mismos. Me explicaré.

No seré yo quien se meta en huertos ajenos, los de la Psicología, pero sí en las conversaciones entre individuos, esos que suelen algunos denominar con demasiado énfasis “personas humanas”, algo así como “pelotas redondas”: una tautología, por mucho que haya personas de lo más inhumano –lo son por baja autoestima, adelanto– y pelotas apepinadas por los cañonazos. La autoestima, en concreto la baja, es el perejil de todas las salsas diagnósticas. Si buscas notoriedad continuamente, sufres de baja autoestima crónica, igual que si eres un lobo estepario y un misántropo. Pero también si no paras de socializar o ayudar a la gente. Si eres agresivo, como si eres suave y reluctante al conflicto. Si vas de winner o, por contra, eres un perdedor a la yanqui, tu “amor propio” está bajo. Los bufidos y tics de Nadal o la antiviolencia de Gandhi (que en casa era cabroncete): es la autoestima.

En mi infancia y algo más allá ese término no cotizaba en la calle. Ahora, la autoestima es totalitaria, como la ley de la oferta y la demanda y sus telarañas para los economistas, pero para cualquier fulano o mengana analista de comportamientos. Los gentiles y educados, igual que los cafres, los solipsistas o los insufribles monocordes de claxon actúan así por falta de afecto, no sólo ajeno, sino sobre todo propio. Quien se emperifolla y quien parece y huele como salido de una zahúrda: ambos bien puede que necesiten quererse más. Quien da la vez, cede el paso y pide disculpas como quien arrolla en las aceras a pie o con vehículo de movilidad sostenible. Dese usted por fastidiado: le falta autoestima, eso es lo que hay. Y no acuda a Black Friday a adquirirla barata: es cariño verdadero, ni se compra ni se vende.

(Continuará: por socialmente peligroso, lo peor es adorarse siendo un canalla.)

MÁS ARTÍCULOS DE OPINIÓN Ir a la sección Opinión »

Comentar

0 Comentarios

    Más comentarios