Típicamente, un extremista de derechas hace patente sus inquebrantables certezas y fobias, por muy incorrectas que puedan parecer. No siente complejos por ello ni tiende a justificarse, le da seguridad su propia simplicidad, y hasta le divierte: maricones, moros de mierda, etcétera. Nunca presume de tolerante o abierto de mente. No sucede lo mismo con el extremista de izquierdas. Éste también compra el traje ideológico prêt à porter, un pack completo de progresismo, y carece de dudas, igual que el facha. Pero el ultra rojo suele presumir de tolerancia, compromiso y solidaridad. Todas ellas, virtudes que practica de forma selectiva, claro está. Pero más allá de la estética, en uno y otro extremo hay muchas más coincidencias esenciales que diferencias: los extremeños se tocan, que decían Pedro Muñoz Seca y su tocayo Pérez Fernández. Que piensen otros; yo, a mi sota, caballo y rey. El radical -cuya raíz o ancla no le permite mucha oscilación en las creencias- es previsible, cansino, perezoso de mente. Tiende a agredir y a abusar enarbolando la divisa de la verdad. Poseer la verdad es lo que tiene.

Esta semana hemos tenido ración de totalitarismo en la universidad; en esta ocasión, totalitarismo de izquierdas, que suele cursar con foulard, antiheteropatriarcalismo y abominación de lo heteronormativo (sugiero a la muy tolerante RAE que vaya preparando sus definiciones, junto con la de empoderamiento, y de paso la actualización de la voz transversal). Le ha tocado a la Universidad de Sevilla, aunque la imbecilidad inquisidora va por barrios. Al reventar un acto de una miembro de Vox, partido derechón donde los haya, practican lo que mejor se le da a una mente acrítica, aunque se presuma de lo contrario: de ser enemigo no ya de la universidad y su esencial naturaleza de libertad de pensamiento y expresión, sino de la libertad, sin más. Vaya por delante que alguna de las cosas que estos zotes fascistoides dicen defender al impedir la conferencia la defiende también quien suscribe: lesbianas, gays, transexuales y bisexuales (si esta última condición existe) pueden y deben manifestarse como mejor les convenga y plazca. Cosa que a la conferenciante, al parecer, le preocupa por antinatural, regresivo y lesivo para la gente normal. Allá ella. Pero con estos comportamientos torquemadianos pasados por un mayo del 68 que apesta a rancio, los estudiantes cegados por la Verdad se convierten en un trasunto progre de los hinchas navajeros de los estadios. Y de paso le dan otra patada en el ya de por sí amoratado arco inguinal de nuestra maltrecha universidad.

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