Hoy tenían que haber venido las yeguas a Almonte para cumplir el rito tradicional de La Saca de las Yeguas. Pese al deseo de muchos de forzar su traída a Almonte, los yeguarizos, organizados en la Asociación de Criadores de Ganado Marismeño, han impuesto su criterio de no traerlas, como medida de rechazo a la atención recibida por las administraciones competentes. Entre tanto las redes sociales han sido un hervidero en los últimos días en las que hemos visto opiniones y sentencias de todos los gustos y en direcciones diversas, cuando no contrarias. Interesadas y oportunistas en algunos casos, desde puntos de vista que nada o poco tenían que ver con el conflicto. Y muchas, simplemente bienintencionadas, que la hubieran forzado para salvar una tradición multisecular. Doñana y su gestión han vuelto a ser objeto de discusión pública, como hace muchos años no veíamos, aunque del modo poco consistente y superficial en el que se debate en el ciberespacio, básicamente con frases y esloganes que se repiten. De un asunto que no es teóricamente nuclear en la gestión del espacio natural, pero si complejo, y en el que a mí se me escapan algunas claves.

De entrada, todo fracaso negociador implica, de suyo, un déficit de las partes para entenderse, aunque solemos simplificarlo clasificando a buenos y a malos. Teniendo en cuenta que si las posiciones de partida son asimétricas, aquella que parte con una posición de ventaja debería ser más generosa, solidaria y receptiva que la otra, sí es que cabe la negociación. Y sabiendo, además, que el desenlace de ahora pudo empezar a fraguarse, no el año pasado, ni el anterior, hace diez o quince años, con decisiones sucesivas inadecuadas o equivocadas. O como consecuencia de un hecho sobrevenido, más o menos inesperado, derivado de un factor ajeno a las partes, como ha sido el cierre por sentencia judicial de la marisma de Hinojos a las reses almonteñas. O por una mezcla de todo.

Cabe intuir que la conservación de Doñana se complica por momentos, en un mundo más sensible al medioambiente, pero cada vez más degradado por la acción humana. Ya no sólo por los efectos del entorno próximo, sino a miles de kilómetros de distancia, porque esta es otra manifestación de la globalización. En el caso que nos ocupa, el interés final de las partes debería ser coincidente en el sentido de que Doñana sea más, porque sigue siendo nuestro mayor activo, con todas sus limitaciones y servidumbres. Más, debidamente conservada, dentro de las limitaciones del momento presente; y más, con sus tradiciones antropológicas vivas, muy vivas, porque es parte de su riqueza diferencial, pero tampoco descontroladas, ni sujetas a intereses que nada tienen que ver con su objeto primordial, como podría ser el turístico. Porque un espacio natural cobra su más pleno sentido cuando en el conviven de forma armoniosa su mundo animal y humano, que han forjado un vínculo indisociable de relaciones, de tiempo inmemorial.

Es sano y aleccionador que los almonteños defiendan una tradición de siglos con determinación, pero que nadie piense que esto ha sido igual en sus más de quinientos años de historia (a veces perdemos la perspectiva del tiempo), ni que vaya a ser la primera vez que las yeguas no vienen a Almonte un mes de junio: ¿vinieron durante la ocupación francesa?, ¿y durante la guerra civil?, ¿y por cuantas otras razones dejaron de venir?….. Los que tenemos memoria de varias décadas atrás hemos sido testigos de un cambio tan radical en su desarrollo, que es difícil reconocerlo en nuestros recuerdos de la infancia, hace no más de treinta años: en el número de cabezas, de yegüerizos, de organización y, especialmente, en el número de visitantes foráneos que entran en la marisma, o que esperan en El Rocío o en Almonte el paso o la llegada de las tropas de yeguas, para disfrutar de un espectáculo único en el mundo. Lo cual nos manifiesta que no es una realidad petrificada, ni inmóvil. De hecho la imagen icónica de las yeguas a las puertas del Santuario del Rocío no debe tener más de 15 0 20 años, o la propia Asociación de Criadores de Ganado Marismeño, o la Recogida de las Yeguas de Hinojos, en septiembre, que es una réplica reciente del espectáculo almonteño, o la fundación del propio parque nacional de Doñana, creado no hace 50 años aún... Por tanto, hay una manifiesta necesidad de adecuación y adaptación a la realidad cambiante, en la que han crecido los actores, los intereses y, sobre todo, las dificultades, lo cual no debiera menoscabar una jerarquía de prioridades y de derechos y de obligaciones.

El año pasado se buscó hasta el final una solución de compromiso a contrarreloj, todo hace pensar que para salvar la parte más turística y el espectáculo de la Saca de las Yeguas. La alegría de la redención a última hora del rito, es la frustración del momento actual, en el que se ha repetido la secuencia de los hechos, pero con una solución ya malograda, que ha tenido doce meses para desarrollarse y consolidarse. Este año, la solución no podía ser otra componenda que lo salvase in extremis. Así lo han entendido nuestros yegüerizos. Porque salvar la tradición no depende de que las yeguas dejen de venir un año, o dos, o tres, depende de que las partes necesarias que la hacen posible sean capaces de resolver un conflicto que requiere de una solución más madurada y duradera, que debe solucionar sus 365 días del año, y en la que debemos pedir mucha más generosidad a las administraciones concernidas y, quizás, un poco de más comprensión a los ganaderos, en el proceso inexorable de adaptación a la realidad.

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