Hay algo que diferencia a los dos códigos del fútbol y que dice mucho de la filosofía de cada uno de ellos. Y no hablo que algo sea mejor en el rugby que en el fútbol asociación, no hay superioridad moral; solo hablo de una de tantas cosas que los hacen diferentes.

En el código esférico está institucionalizado el hecho de saltarse la norma para conseguir una ventaja sobre el oponente, o para neutralizar una ventaja que el oponente ha conseguido momentáneamente en un lance del juego. Un claro ejemplo de esto es esa situación en la que el equipo contrario ha iniciado un prometedor contraataque. Un mediocampista que defiende detecta la inferioridad numérica de su equipo y decide agarrar o zancadillear al que conduce el balón derribándolo. Una 'falta táctica' la llaman. Los aficionados nos enfadamos cuando no se hacen, y los entrenadores las piden a sus jugadores. Es algo interiorizado por este deporte; y es algo que lo hace diferente. En el rugby eso es impensable; primero porque la sanción podría resultar de varias semanas, y segundo porque la norma casi no te lo permite ya que la ventaja de un golpe de castigo suele conllevar puntos para el que la sufre. La transgresión de la norma como propia norma del juego, como elemento contable en 'el debe' o 'el haber' de un partido, es patrimonio del fútbol. Y no es que eso sea malo, simplemente define la filosofía del juego. Las diferencias de esas filosofías pueden entenderse si viésemos y comparásemos una charla antes de una final del malogrado Luis Aragonés -"Esto es para los listos, señores"- con una charla de Brian O'Driscoll antes de un partido de los Lions -"No nos rendimos, nunca nos rendimos, y si caemos nos levantamos y seguimos"-. Los Stones y Bach; Burroughs y Stendhal; Scorsese y Coppola; Maradona y JPR Williams; el barrio y el colegio, dos modos de vivir la vida. Compatibles ambos. Los códigos de la felicidad, ¿por qué renunciar a alguno de ellos?

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