El padre Girón lleva en el bolsillo de la camisa un teléfono portátil, conectado al de su casa. Alguien le dice que son los avances de la técnica y él responde que es la Iglesia del Vaticano III hacia el año 2000. Hay que estar al día y ser dinámicos, pisar en la calle con una gran actividad puesta al servicio de los demás.

Don Francisco Girón Fernández nos dejó hace ya nueve años. Un sacerdote ejemplar de Huelva que, después de ser abogado, sintió la llamada al sacerdocio y ejerció su ministerio en plenitud total, pasando por los cargos de mayor responsabilidad en la diócesis, hasta que Dios lo llamó siendo párroco en una barriada capitalina.

Con una personalidad grande, un dinamismo desbordante, un carisma singular y una humildad de santo, el padre Girón llenó una época en esta provincia que será muy difícil olvidar. Era el "cura de los toreros" porque durante muchos años organizó y dio vida al Festival Taurino de su pueblo Higuera de la Sierra. Él lo hacía todo: desde alguacilillo hasta coordinar a los matadores (siempre le sobraban voluntarios), cuadrar fechas y carteles, se preocupaba de buscar casas donde estar y vestirse, hablar con la gente, recibir amigos y firmar contratos, como nos dijo una vez: "Le he firmado a Curro Romero el contrato del siglo y toreará aquí mientras pueda vestirse de luces…".

Esta crónica podría alargarse cuanto quisiéramos, pero como estamos metidos en tema de toros, vamos a cambiar de tercio. El primer obispo de Huelva, monseñor Cantero Cuadrado, organizó en esta diócesis unas jornadas para dar a conocer lo que es el Seminario y a mí me correspondió ir a explicar el tema a Aracena. Y a la localidad serrana me llevó en su 2 caballos el padre Girón, a quien acababa de conocer. Han pasado más de cincuenta años. Imagínese el lector la edad de los protagonistas, el coche y la carretera, que yo iba a recorrer por vez primera.

Tengo que decir, pasado el tiempo, que cada vez que he hecho ese camino -muchas, muchas- me acordaba con todo cariño de mi querido amigo el buen cura Girón. ¡Cuánto aprendí en aquel viaje inolvidable y lo que he agradecido a Dios aquel encuentro! Han sido infinitas veces las que gocé del cariño y de la palabra de este hombre singular. Un excepcional servidor de y para la Iglesia. Su aspecto cordial y su sonrisa siempre abierta han invitado y eran garantía plena de que estabas siempre ante un hombre de fe, ocupado y preocupado por los demás.

A veces, cuando veo al Papa actual -Jorge Bergoglio, casualmente escogió para su Pontificado el nombre de Francisco- quiero recordar en su figura algo similar a nuestro cura Girón y también un par de cualidades (supongo que habrá muchas más) que poseen: la cordialidad y que son excelentes directores de ejercicios espirituales.

Tienen ambos un halo de espiritualidad que atrae y un verbo que cautiva, que te da confianza. Cualquier párrafo de sus escritos u homilías dejan una enseñanza, una nota de importancia que viene bien para una meditación. La pasada semana, por ejemplo, dijo -más o menos- que estamos llamados a amar cada rostro, a coser cada lágrima. También ha dicho que hay que estar entre la gente, presentes en todas partes.

El padre Girón era un cura pleno de bonhomía, que es la sencillez unida con la bondad en el carácter y las buenas maneras. Su casa -siempre abierta, como sus brazos y su corazón-, estaban llenos de amabilidad, de cariño. Era un gran hombre del Señor. Por eso, aquí y ahora, quiero agradecerle los ratos que nos fueron dados juntos y recalcar la suerte que tuve, hace tantos años, de viajar con un santo.

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