Forma parte del juego. O quizás sea el juego el que forma parte de ella. La cerveza sin el rugby es menos cerveza y viceversa. Y todo esto se basa en una máxima que cumplen muchos de los que no saben nada de rugby y todos los que sí saben: sacar lo mejor del acto de beber.

Las finales europeas en Bilbao fueron un ejemplo de lo que significa esta bebida en el rugby. Un punto de encuentro entre aficiones de clubes rivales; un tótem alrededor del cual se habla del juego y del partido que viene o que fue; un motivo para la celebración de la existencia de un adversario sin el cual no habría partido. Es el centro de gravedad de la fiesta del deporte y forma parte de él. Después de la Calcuta Cup de 2017 unos cuantos de Huelva entramos en un pub londinense y vimos a un aficionado escocés que se pasó más de quince minutos sobre los hombros de un gigantón inglés que le pedía las pintas para que el caledonio las bebiese en las alturas. El líquido elemento del oval se ha retirado de los terceros tiempos profesionales. O casi. La celebración escocesa de la última victoria ante Inglaterra en el Seis Naciones fue de las de antaño, lógico. Laidlaw, el capitán que en esa fiesta cantaba flor de Escocia a gritos, es el autor de la famosa frase: "rugby y cerveza son sinónimos".

La cerveza está enamorada del aficionado a este deporte porque la trata con cariño; porque saca lo mejor de ella; porque nota que ese amor es correspondido; y lo más importante, porque le es fiel, muy fiel. No hay cabida para nada más en la previa de cualquier partido, sea del nivel que sea. Desde las regionales hasta una final del Mundial. En ambos hemisferios reina con mano de hierro; y que su reinado sea largo, porque siendo así nos aseguramos un siglo y medio más de paz alrededor de cada partido de este maravilloso deporte.

Si vais a un encuentro de rugby, no lo dudéis. Pedid una cerveza y saboreadla con algún aficionado del equipo contrario. Un lujo.