Por suerte o por desgracia mi infancia no transcurrió entre el aroma de la marisma y del azahar. A lo mejor fue la clave para enamorarme de todo lo que rodea a esta tierra sencilla y descubridora. Siempre recuerdo, cuando el tiempo me lo permitía, mis viajes vacacionales hasta la orilla de La Orden. Allí siempre estaba mi abuelo escuchando el transistor en esa vieja mesa ubicada en la cocina, que aunque todavía sigue allí, ya no huele a verdura fresca y aceituna aliñada a su alrededor. Y en ese mismo rincón el transistor recordaba los goles de la semana anterior de un tal Raúl Molina, de la envergadura de Loren e Iker Begoña, de la magia de Viqueira y de la soltura de Benítez y Xisco. Sonaba a melodía mientras mi abuelo cortaba rodajas de tomate y me explicaba que Recre no había más que uno y que era el equipo más antiguo del país. Que los Real Madrid y Barcelona no eran nada sin el Recre y sus rayas azules y blancas. Sonaba tan real, tan cercano, tan de aquí, que las estrellas para mí se convirtieron en albiazules, y que en vez de brillar en el cielo, lo hacían entre focos colombinos. A partir de ahí, mi abuelo me enseñó a sufrir cada jornada y a fallar en la quiniela, casi por costumbre, el resultado del Recreativo. Manda más un sentimiento de corazón que la racionalidad. Ya luego, con el tiempo, llegaron los Uche, los Sinama, Cazorla, Martín Cáceres y Camuñas que nos alzaron con los grandes y en portadas de periódico. Ni un instante duró lo bueno. Un abrir y cerrar de ojos para devolver el fútbol colombino a un sonido del transistor. El mismo en el que ahora suena la llegada de fichajes con nombre y categoría. El mismo en el que sin quererlo ya suena la voz de alarma de ilusiones renovadas. El mismo que agolpa a una afición de oro para sacarse el carné en una categoría de bronce. El mismo que ansía cantar goles de un delantero todavía sin nombre. Y el mismo en el que suena sin parar: Reavivemos nuestro legado.

MÁS ARTÍCULOS DE OPINIÓN Ir a la sección Opinión »

Comentar

0 Comentarios

    Más comentarios