Análisis

PACO GUERRERO

Niño de la isla, caballero de fina estampa torera

Entre ese trasiego bullicioso, lleno de prisas y pasos apresurados en las mañanas de la Plaza de Las Monjas, un veterano torero deja llegar con temple la vida. Con tanto temple, como aquellos que le conocieron en los ruedos, cantan las excelencias que Manolo Roig dejaba expresar con su capote cada vez que el espigado aspirante a torero se apostaba delante del novillo de turno. Escasamente habrán pasado veinte días que la ocasión me lo dejó llegar cerca y en el saludo ya se adelantó el hombre y el aficionado para dejar ese quite agradable a quien posiblemente no le llega ni a suela del zapato en afición y conocimiento. "Gracias por como escribes de la gente del toro de Huelva. Te leo cada vez que puedo".

El Niño de la Isla sigue siendo ese hombre afable, de fina estampa como diría María Dolores en el cantar y esa infinita educación a flor de piel unida a ese eterno puro entre los dedos abrazando entre los nudillos como hace ya muchos tiempo se abrazaban los pliegues de aquel capote que tanto entusiasmó a los tendidos cuando al albur de cualquier tarde se anunciaba junto a su buen amigo Litri.

Unos pocos días mas allá, la silla vacía me llevó a preguntar por él. "Manolo Roig está malito -me habló un buen amigo- está en el hospital".

Volveré a buscarlo de nuevo. A encontrarme con el torero cuyo curriculum no habla de alternativas ni campañas largas, pero a quien esta ciudad y provincia le recuerda con la elegancia que ante la vida, el toro y los compañeros supo forjar. El habano entre sus dedos y la figura erguida, apostada y sujeta a ese bastón que le hace de estoque en el tiempo de esos noventa y seis años que nunca han pedido nada a nadie, aunque en su día se le prometiera una calle con su nombre.

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