Crítica 'VIP'. ELS Joglars

Los tiempos, tal como son y siempre fueron

  • Els Joglars ha venido a Huelva y ha disfrutado de su manera de hacer y entender el teatro, para hacernos disfrutar a los demás.

VIP. ELS Joglars .Dirección: Ramon Fontserè. Iluminación: Bernat Jansà. Espacio escénico: Martina Cabanas. Vestuario: Laura García. Atrezzo Txell Cabanas, Xevi Vilà y Xavi Sais. Reparto: Ramon Fontserè, Pilar Sáenz, Dolors Tuneu, Xavi Sais y Xevi Vilà. Gran Teatro. Huelva. Aforo: 640 localidades (Casi lleno); 17 de julio, 2015. Años hacía que no venían estos juglares a Huelva. Sí que vino hace poco el Boadella con una cosa del Quijote realmente fenomenal. Siguen cómplices en este nobilísimo arte de hacer teatro: en los agradecimientos aparece Albert Boadella el Grande.

Sólo la valentía que supone contar las cosas tal como son, de narrar estos tiempos que vivimos en toda su crudeza, es ya mérito suficiente que sumar a la ejemplar compañía teatral, y razón suficiente también para ir a pasar un buen rato de teatro y aplaudir luego con ganas y agradecimiento a Joglars. Pero tomarse a broma lo políticamente correcto, el progrerío insulso, hueco, y otras zarandajas, a fuer de llevar implícita una indudable carga de honestidad, demuestra una independencia de pensamiento, un ir por libre, que se nos antoja verdaderamente reparador. Es como esa bocanada de aire fresco que te llega a lo más hondo después de media hora metido en los túneles del metro o en la bodega del Chimbito en el trayecto a Punta, que ambas cosas vienen a ser lo mismo por mucho que lo de la canoa lo debamos ya, ay, sólo recordar.

Els Joglars ha venido a Huelva y ha disfrutado de su manera de hacer y entender el teatro, para hacernos disfrutar a los demás. Un teatro directo, del que llega bien pronto al espectador, en los primeros compases, nada más hacerse la luz -o apagarse en la platea más bien- y aparecer allí unos timbales y un artilugio circular de plásticos o metacrilatos transparentes, y resistentes, por el juego que dan durante toda la función, más una coreografía que te está diciendo justamente lo que está por venir, una síntesis de lo que luego van a narrar fielmente, con todo lujo de detalles, para que no quede ninguna duda, vamos.

Detrás del mínimo utillaje de escena, completan la extraordinaria escenografía en el paraíso esas cortinas de goma transparente que son como tiras y te las encuentras en los accesos a las salas congeladoras de las lonjas o en los mataderos, que mira que hay que tener imaginación o saber muy bien lo que quieres, porque la verdad es que también dan un juego excepcional pues son al cabo unas bambalinas sin fin. Eso y una iluminación muy estudiada y excepcional en su simpleza -sorprendente lo que da de sí, nuevamente, el artilugio central y circular-. Y poco más, ya está. Queremos decir que no hay más que eso para componer un montaje excepcional, y luego, como se puede comprobar en esta obra que se te pasa volando, está ya todo listo para que el espectador sea cómplice de los artistas y se deje llevar por ese relato de la cotidianeidad, por esa sátira del tontismo encaramado, por ejemplo, en el poder económico pero también en el orden político tan vinculado hoy, como siempre, al anterior. Els Joglars los viste a todos de limpio, los desnuda delante del respetable para que de una puta vez nos podamos reír de tanta estulticia, pero también de nosotros mismos que callamos cuando estamos delante de tanta tontería y ni se nos pone la cara colorá. Si echáramos la vista atrás: Molière, que tuvo estos asuntos siempre en el punto de mira, pero también Lope, Cervantes, Shakespeare... Todos los grandes, en suma, se han divertido a costa de tanto mojón pinchao en un palo, como han sido en estos y en todos los tiempos quienes hacen culto al último grito sin saber siquiera el tono que da. Todo mueble de madera tiene su cuña, y tartufos o biryanis -genial el indio- tendrán que seguir existiendo ad aeternam y ad nauseam, porque este trasunto que nos narra con tanta oportunidad como desvergüenza Els Joglars es como una auténtica tuerca sin fin, van implícitos al parecer en la propia condición o, lo que es peor, en la propia naturaleza humana.

Pero para remediarlo y hacernos ver que todo marcha correctamente, vienen estos Els Joglars un día y nos lanzan esa necesaria bocanada de aire fresco, tal como esa que algunos tuvimos la sensación de tener sobre el rostro mientras duró la representación en el Gran Teatro, viendo a Els Joglars reírse de estos tiempos tan jodidamente correctos como estultos. Gracias, Joglars, y viva la madre que os parió.

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