Fila siete

Mucho ruido...

A pesar de que a la semana de su estreno Ultimátum a la Tierra, escalara el primer puesto de los títulos más taquilleros de los últimos días, éstas preferencias pueden ser tan efímeras _y así lo podemos comprobar una semana después_ como las que determinaron que otro favorito de la taquilla, como presumían iba a ser Crepúsculo, una visión de los vampiros a la medida de los adolescentes y jóvenes de hoy, que luego ha fallado pese a los augurios mediáticos, la película de Scott Derrickson, con Keanu Reeves como protagonista, encarnando a un alienígena bueno y tan hierático e inexpresivo como siempre, ha tenido un rotundo revés desde el punto de vista crítico, aunque no de público como estamos viendo.

Pero ya lo dijimos aquí en la crítica publicada el pasado lunes día 22: aún obviando su notable inferioridad con respecto a su precedente, la película Ultimátum a la Tierra dirigida en 1951 por Robert Wise, un clásico honorable de la ciencia-ficción, la cual deben ignorar la mayoría de los espectadores de hoy, si no la han visto alguna vez en televisión, no dada a programar títulos de calidad, esta nueva versión, que puede haber despertado gran clamor de marketing, no sólo es un producto mucho menos adulto sino que propende a devaluar el género en el que se inscribe: la ciencia ficción, que, indudablemente, relaciona en todos sus lugares comunes. Y la novedad de que la causa de la aniquilación futura de la humanidad radica en el recalentamiento del planeta y la contaminación, ni se explicita con entidad ni presenta argumentos convincentes.

A cambio tenemos un argumento ingenuo, artificioso, de erráticos mensajes mesiánicos o de tópicos raelianos, ya saben aquella secta que cree en la existencia de unos seres extraterrestres muy avanzados llamados a regenerar a los humanos, que aquí parece encarnarse en este extraterrestre de aire estólido e incómoda presencia para los terrícolas. El extraño mensajero dice representar a una especie de poder supremo intergaláctico dispuesto a imponer un requerimiento letal y genocida que haga pagar a los habitantes de la tierra sus pecados contra la conservación de la naturaleza y sus excesos contaminantes. A ese temor que puede apoderarse al principio sobre el espectador ante la presencia de una amenaza que llega a la tierra desde el espacio exterior, muy pronto el desarrollo narrativo bastante incoherente acaba por disuadir inexorablemente las buenas impresiones iniciales.

No parece que Scott Derrickson haya tenido demasiado interés en eludir cierto tópicos fáciles de la ciencia ficción, de por sí ya tan manidos, porque el relato, en el cual tiene mucho más peso el melodrama que la intriga, que parece desvanecida a las primeras de cambio, deja indemne al espectador a merced de la espectacularidad de la imagen y del peso inevitable de los efectos especiales que tampoco son lo mejor que hemos visto en los últimos tiempos. En todo caso la historia va de incongruencia en incongruencia, sobre todo en el comportamiento del enigmático protagonista, especialmente por su aspecto realmente estólido y poco convincente. Quizás por ello el director eligió a Keanu Reeves para encarnar al personaje.

Volviendo al precedente de Rober Wise, que, no lo olvidemos, es la referencia a la que nos ha remitido esta nueva versión con perspectivas muy diferentes, que suscitó indudablemente una especie de paranoia colectiva sobre un peligro procedente de un mundo desconocido, esta visión apocalíptica, mucho más letal, que nos llega ahora es más difusa, más indefinible, más delusoria, propia de una época más dada al eufemismo y la ambigüedad, y, por supuesto, acomodada al infantilismo que nos domina en todo y más que en ninguna otra expresión, en el cine. En suma: Mucho ruido…

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