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Una mirada a los olvidados

  • La chilena Magdalena Correa presenta en la Casa Colón 'Wayúu', último estreno del festival

Hay una zona desértica y plana, donde apenas hay agua, en la que sus escasos habitantes viven desperdigados, en núcleos de población muy alejados unos de otros. En decenas de kilómetros apenas existe vegetación, muy escasa y propia de los desiertos. Y los pocos animales que hay están escuálidos debido a la escasez de alimento y los efectos de las carencias de agua. En este territorio aislado, lejano en todos los sentidos, niños, mujeres y hombres tienen que recorrer casi a diario muchos kilómetros a pie, en burro o en bicicleta para llevar el agua a sus viviendas. Es la precariedad vital y cotidiana que deja la sed. Aunque sin hacer mella. Al menos en esta comunidad indígena, los wayúu, que mantienen una actitud positiva ante la vida, incomodidades al margen.

La fotógrafa chilena Magdalena Correa describe de esta forma la situación del pueblo en el que centra su último trabajo, Wayúu, presentado ayer en Latitudes 2017. Está asentado en la península de La Guajira, en Colombia, en un vasto terreno rodeado del mar Caribe y objeto también de disputa territorial con Venezuela hasta hace un siglo. Dos países se peleaban por esta tierra que ahora, sin embargo, años después, permanece en el olvido. Del Gobierno colombiano y el resto de la población del país, y también de todo el mundo, que ni sabe de su existencia ni mucho menos de sus problemas para subsistir. Al menos hasta ahora que la artista afincada en Barcelona dirige hacia allá el objetivo de su cámara con el interés de reclamar la mirada del resto del mundo.

"Me mueve mirar y detenerme en aquellos espacios geográficos y humanos aislados y desconocidos que coexisten de manera habitual y real con nuestra vida cotidiana, pero que no son objeto de nuestra preocupación porque vivimos instalados en la comodidad y no necesitamos preocuparnos por su existencia. Y porque, en muchos casos, dadas las dificultades para acceder a ellos, simplemente no figuran en los mapas".

Magdalena Correa hace esta reflexión que realmente da sentido a su exposición, cuya razón principal, insiste, es "conseguir la sensibilización y reflexión del espectador sobre la vida humana que acontece en estos territorios de difícil y escaso acceso".

En realidad no entra aquí sólo una llamada a la empatía. Quizá hay mucho también de aprendizaje, del ejemplo que proporciona un pueblo indígena que no entiende de fronteras, que se reparte por igual en la misma península caribeña colombiana como por los territorios adyacentes de Venezuela, que circula libremente entre ellos, como hace siglos. Y que supera cualquier complejo posible que pudiera provocar el sometimiento que sufre de quienes explotan su trabajo en la extracción de sal y en la venta de su artesanía. Dejan a un lado el ostracismo en el que se sumen con sincera alegría, innata caribeña, apunta la autora, y con una creatividad desbordante, hilarante en muchos casos.

En el Salón de los Brazos de la Casa Colón hay un extracto de este trabajo, 14 fotografías, once de gran formato, con un trasfondo que invita a conocer a los wayúu.

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