Cultura

Las farolas del Ayuntamiento de Huelva

  • En los siglos anteriores al XIX y hasta bien entrado éste la iluminación de las calles era a base de farolas de aceite l En las noches de luna llena, para ahorrar aceite, las farolas no se encendían

Las farolas de mi Huelva

son de aleación tan rara,

que, aunque de hierro vestidas

tienen ribetes de plata.

PARA hablar de algún hecho sobresaliente o de algún edificio notable, es necesario meter la mano en el arca y sacar del Archivo Municipal o de cualquier otro de Huelva un puñado de papeles polvorientos y amarillentos. En esta oportunidad, no le ha costado muchos trabajos a este humilde servidor de la historia onubense. Sólo fijar los ojos en las farolas que se alzan delante de nuestro Palacio Municipal en las que, además del escudo real de los Borbones, se puede descubrir una fecha grabada: 1832, y una F muy artística y VII (que fija su fabricación y donación en el reinado de Fernando VII). Y es que si bien los años tejen arrugas y acumulan desperfectos en los objetos inanimados, camino de ser bicentenaria son estas farolas y siguen casi intactas. Pero acerquémonos al génesis:

En los siglos anteriores al XIX y hasta bien entrado éste, la iluminación de las calles era a base de farolas de aceite. El número de puntos de luz en la villa de Huelva debió ser muy bajo, aunque tras la invasión napoleónica subieron aceptablemente. Así, a ojo de buen cubero, el número de luminarias en nuestra ciudad arrojaría un cómputo total de unas 200.

Pero, sucedió que en 1832, cuando ya el monarca Fernando VII estaba en el tramo final de su existencia, ordenó que, como detalle regio, para embellecer un ápice muchas villas y ciudades españolas, se fundieran numerosas farolas que, posteriormente, se distribuirían. Pero, ¿dónde si situarían las ocho farolas que le correspondieron a Huelva?: delante de un edificio insignificante que se levantaba en la plaza de San Pedro, y tenía, solamente, ínfulas de Ayuntamiento, que no de presencia. Y en la plaza del Portero del Cielo estuvieron las farolas de aceite muy pocos años, siendo encendidas al declinar la tarde y apagadas a las doce de la noche y, en determinados días, a las seis de la mañana. En las noches de luna llena, con la finalidad de ahorrar aceite, no se encendían.

En 1840, el Ayuntamiento se traslada a un edificio, que al ínclito pedagogo onubense Agustín Moreno y Márquez le parecía el palacio de Poncio Pilatos, situado en la calle de más postín de la villa en el siglo decimonónico, la del Puerto. Y por allí pasaba el farolero, con su larga vara terminada en el pabilo para encender, y en la campana para apagar las ocho farolas de aceite que historiamos.

En 1880 se instala en nuestra ciudad la Fábrica de Gas y las farolas cambian de combustible- aquello ya era otra cosa, mayor iluminación, más cómodo en su encendido y apagado. No muchos años después, cómo los tiempos adelantan que es una barbaridad, que se cantaba en una célebre pieza de nuestra incomparable Zarzuela, llegó la electricidad a nuestros lares y ¡cómo noý! las farolas, tras las modificaciones oportunas, ganaron en iluminación, coste y limpieza al emplear la luz eléctrica. Y pasaron décadas y más décadas y, en 1949, aquel edificio de la calle Puerto, que a duras penas era Palacio Municipal, tuvo como hijo al actual Ayuntamiento, lleno de arranque arquitectónico y las farolas, casi sin que lo advierta los ciudadanos, sigue prestando sus servicios a los onubenses, humildemente, a pesar de que han visto desvanecerse los reinados de Fernando VII, Isabel II, Amadeo I de Saboya, la I República española, Alfonso XII, la regencia de María Cristina, Alfonso XIII, la II República española, el general Franco y Juan Carlos Iý

Casi dos siglos de historia onubense y española reflejada, posiblemente, en estas ocho farolas que, a partir de esta Historia Menuda (conociendo las cosas es cómo se aprecian), pasarán a formar parte de nuestro entrañable acervo cultural o, por lo menos, harán que algunos ciudadanos se detengan para comprobar los datos identificativos apuntados en este trabajo.

Advertencia del autor: el contenido que se ha vertido en esta Historia Menuda pertenece al terreno de la Primhistoria, esto es, de la historia no probada. Es, en definitiva, una hipótesis de lo que pudo ocurrir con las farolas, aunque también éstas han podido permanecer en los propios almacenes municipales por espacio de décadas. Lo que sí es evidente, es que datan de 1832, del reinado de Fernando VII, y que nuestra ciudad tiene la fortuna de poseerlas.

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