música clásica por Marco Antonio Molín Ruiz

Un certero rescate

Huelva está de enhorabuena al presenciar ese género idóneo para la melodía, el ritmo y la armonía esenciales: la música de cámara. Si la semana pasada se ofrecía Barroco español, el pasado jueves le tocaba el turno al Romanticismo francés y alemán. Con los patrocinios de la fundación Primitivo Lázaro y el Ayuntamiento de Huelva se ofrecía un concierto a cargo de Sección áurea, una decena de instrumentistas muy bien ensamblados, de redondez tímbrica y una riqueza expresiva evidente en amplios reguladores y juego de texturas. Agradecemos la iniciativa suya de incluir en programa dos obras maestras del Romanticismo tardío que resultan desconocidas hoy: el Noneto opus 139 en mi bemol mayor de Josef Rheinberger y el quinteto en sol menor de Claude-Paul Taffanel. El primero fue profesor de Humperdinck y Furtwängler y compuso medio centenar de obras de cámara; el segundo es el fundador de la Escuela francesa de Flauta y dirigió los estrenos franceses de las óperas de Wagner.

Con el Noneto opus 139 en mi bemol mayor de Rheinberger apreciamos cualidades de Sección áurea en su totalidad. Un primer movimiento a modo de eclosión dotado de una variedad temática que incluía pasajes en puntillo, pizzicati, intervalos de octava a lo largo de un fluir estilístico donde se hermanan lo culto y lo popular con motivos de salón y teatro. La destemplanza del segundo movimiento se compensaría en la sección Andante-Trío, en modo menor, tocada en mezzopiano y donde el violín y la viola mostraron excelentes sonoridades. Adagio molto en que la música se transfiguraba permanentemente con sutil dramatismo; asomaban temas al estilo de Dvoràk. Y el Finale reavivó el ambiente inicial con prestaciones magníficas del fagot, el chelo y el clarinete (con entradas correlativas) y un bonito pasaje donde la trompa era contorneada por la cuerda como un rescoldo.

Taffanel cautivó con sus exquisitas modulaciones en un fraseo envolvente de dinámica controlada que hizo apreciar la belleza de las texturas. A lo largo del segundo movimiento destacó la cantabilidad en las entradas por turno de la flauta, el oboe, el clarinete y el fagot; un expresivo discurso rematado en una conclusión elegante sin ritardandi extremos. Llegado el último movimiento oímos un fraseo trabajoso; también había descompensación entre un oboe espléndido y una flauta que en toda su actuación no iría más allá de lo correcto pues iba en su contra una presencia indebida de insuflación que le restaba claridad.

En cuanto a la adaptación de la obertura de Las bodas de Fígaro de Mozart, hubo pasajes inconsistentes, desposeídos del inherente vigor del original. A veces las reducciones no cunden porque el mismo carácter de la obra se resiste. Sin apartarnos de Mozart, la Pequeña serenata K.V. 525 se presta al doble formato de la orquesta de cámara y el cuarteto de cuerda.

El programa habría merecido unas notas al programa tratándose de compositores y obras tan peculiares de la segunda mitad del siglo XIX. Novedades para el gran público demandan un espacio ilustrativo con que satisfacer la cultura musical.

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