Cultura

¡Aquellos años noventa!

La música clásica en Huelva se encuentra en sus horas bajas. Aunque la zarzuela y la ópera (en versiones de concierto) así como la música antigua están ganando terreno, el repertorio que mejor identifica al género ha desaparecido de nuestros auditorios. Sí: somos conscientes del recorte presupuestario acaecido como consecuencia de esta crisis; pero vemos que otros tipos de música (autóctona o foránea) siguen con un espacio notable dentro de la programación cultural.

Hay, además, un factor que resulta adverso para el normal desarrollo de los conciertos en Huelva: el localismo. Bien es cierto que las entidades onubenses deben ofrecer oportunidades a tantos artistas onubenses con una carrera y un prestigio reconocidos. Sin embargo, este criterio no ha de eclipsar los proyectos llegados de afuera cuya calidad e inventiva son a priori una baza a su favor. El Gran Teatro se ha apoltronado en el inmovilismo de sota, caballo y rey, excluyendo a firmas internacionales que doten a la ciudad de ese aire moderno que a otras parcelas sí está caracterizando. ¿Por qué tienen que ser siempre los mismos músicos quienes suben al escenario?

La Fundación El Monte, transformada en Cajasol, lleva dos años cruzada de brazos con una sala muerta de risa; el tiempo necesario para que la ciudad notara la ausencia de sus buenos programadores, que se fueron a Sevilla. Además, hace siete años dicha entidad emprendió paralelamente un ciclo de música historicista gracias al que la capital onubense pudo deleitarse con repertorio bohemio del siglo XVII, barrocos hispanoamericanos o tener el privilegio de escuchar el corno di bassetto, el órgano positivo o el corneto. Pero la escasa respuesta de público motivada por la nula publicidad sobre los mismos dio fin a una singladura que prometía, y Huelva se descolgaba del panorama concertístico andaluz.

Melómanos y aficionados añoran el ambiente musical que existía hace quince años, época repleta de recitales, conciertos y representaciones donde se escuchaba a pianistas, cuartetos de cuerda, orquestas de cámara y agrupaciones sinfónico-corales con un repertorio desde el Renacimiento a la actualidad. El público entonces abarrotaba la sala, el auditorio y el teatro, con el aliciente de generar animados coloquios en las antesalas y postrimerías de tales funciones. ¡Parece mentira decir que hace años que en Huelva ya no sube a cartel una sinfonía de Beethoven, un concierto de Mozart o una sonata de Haydn! Se ha perdido el gesto clásico por antonomasia. Son una estampa nostálgica de nuestra capital el cuarteto Razumovsky, los Niños Cantores de Viena, los Virtuosos de Moscú, Marc Grauwels, Jóvenes solistas de la escuela Reina Sofía, el grupo vocal Gregor, el trío de viento Hyperion, Alberto Lysy, el Misterio de las voces búlgaras, la orquesta I musici di Roma y el conjunto Al ayre español.

Lo peor que podemos hacer en medio de estas circunstancias es conformarnos, pues así cada vez serán más los onubenses que necesiten abonarse a las programaciones de otras capitales o bien enclaustrarse en sus casas para escuchar y ver música enlatada. El reflejo de esta pérdida paulatina de ofertas de música clásica quizá se halle en que hoy Huelva ofrece esporádicamente un concierto de compositores actuales o pasados a cargo de intérpretes de primera fila y a las personas del público podemos contarlas con los dedos de la mano.

Insistimos: la reducción presupuestaria es un impedimento poderoso; no obstante, en la agenda siempre se puede alternar lo costoso con ofertas algo más modestas con buenos programas. Y es que la combinación cuidadosa de intérpretes y repertorio rubrica el éxito y mantiene las buenas tradiciones.

No cabe duda de que la apatía causa estragos en Huelva, y el camino de recuperación debe comenzar cuanto antes.

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