Cultura

Mientras agonizo

  • Con su primer novela, 'Por si se va la luz', Lara Moreno ha sido elegida Nuevo Talento de la Literatura FNAC y recibida jubilosamente en los más destacados reservorios de la buena narrativa

Las cosas que pasan en la novela de Lara Moreno, Por si se va la luz, recién publicada en la prestigiosa editorial Lumen, son más bien cosas de las primeras películas de Bergman o de los cuadros de Munch, cosas del frío norte más que del amable mundo del Mediterráneo, mucho menos radical, como más relativista; el hedonismo de este cálido sur no nos predispone para nada a tales renuncias, a tales actitudes propias de cuáqueros y puritanos de otros careos. Pero claro, esto se trata de una novela, de una ficción, y quien manda en ella es su autor, autora en este caso y, se supone, sus razones tendrá. Quiero decir con todo esto que la novela de Lara Moreno se escapa de los cánones al uso, por lo menos a los que estamos acostumbrados por aquí.

Por si se va la luz cuenta una historia muy sencilla: una pareja de treintañeros -ella, pintora de cierto reconocimiento; él, investigador que apenas si cobra por su trabajo y del que está totalmente desencantado- decide dejar la ciudad e irse a vivir a un pueblo en el que descubrirán luego que sólo habitan tres personas, a las que, avanzando el relato, se le unirán otras dos. Nada extraordinario, en principio; ordinario se podría decir en estos tiempos de pasiones clorofílicas y ecologismos salvadores, todo un viejo tópico literario perfectamente vigente hoy: el menosprecio de corte y alabanza de aldea. Pero no, no se trata de eso, ni mucho menos, y ahí radica una de las no pocas originalidades de esta novela.

La narración se estructura a partir de una tercera persona que se cruza con una serie de voces en primera, la de los personajes del relato, que van desgranándonos sus miserias de manera oscura, como aquellas voces divorciadas y dolientes de los seres primarios e inolvidables de Faulkner en Mientras agonizo, que muy bien podría ser también el título de la novela de Lara Moreno.

A pesar de la sencillez de la historia no hay en ella nada razonable, al lector se le explica poco, está toda llena de flecos que impiden una aproximación a las intenciones de ese grupo heteróclito que forman Nadia y Martín -la pareja fugitiva-, Enrique -parece un antiguo hippie o algo por el estilo que es una especie de gurú liviano del grupo-, un viejo, Damián -con una fijación extraña con el mar-, y una vieja, Elena -que vive entre y para los animales, cerdos y gallinas-, que permanece muda para el lector. Luego llegarán una mujer de mediana edad, Ivana, una equívoca buscona, con una niña rusa, Zhenia, que se la han dado sus padres al no poder mantenerla. Las relaciones entre ellos transcurren por raros vericuetos que para nada son convencionales, extremos para bien y para mal. Todo es un misterio, no sabemos por qué hacen lo que hacen, como en aquella enigmática novela de Dino Buzatti, El desierto de los tártaros, en la que ninguna acción se justifica, en la que nunca llega a saber el lector la razón última de las reacciones de los personajes. Una inexplicable inercia los mantiene en vida camino de ninguna parte. Y dominando el conjunto, una misteriosa organización que parece está detrás de todo y de la que nada vamos a saber en ningún momento, una suerte de Gran Hermano, aunque bastante relajado.

Cuentan que hubo carabineros destinados en las desérticas playas de Arenas Gordas, a las que ningún camino llegaba, que al ser licenciados después de años de servicio en ellas, terminaban seducidos por la soledad, cogiéndole miedo a las calles, y en vez de volver a sus pueblos o ciudades, construían con sus propias manos un chozo en las cercanías del cuartel, se hacían de una piara de cabras, sembraban un huerto y allí esperaban el final, allí se quedaban simplemente para hacerse viejos. Este espíritu de claudicación es el que reina en la novela de Lara: la vida en ese limitado mundo es una carencia, pero fuera de él ni siquiera existe, o lo que existe no es vida, es sólo existencia amenazada.

Lara Moreno es de Huelva, vive en Madrid, trabaja como lectora free lance para importantes editoriales, imparte talleres de escritura y ha publicado dos libros de relatos: Casi todas las tijeras y Cuatro veces fuego, y dos libros de poemas: La herida costumbre y Después de la apnea. Ha sido incluida en las más destacadas selecciones nacionales de jóvenes narradores y micronarradores. Por esta, su primera novela, ha sido elegida Nuevo Talento de Literatura FNAC y recibida jubilosamente por la crítica en los más destacados reservorios de la buena literatura, un arte últimamente en fuga, atosigado por los alcanforados novelones que producen dividendos y tergiversan los cauces del fluir natural que empezó con Homero y compañía y hoy parece a punto de despeñarse definitivamente. Aunque, por si definitivamente se va la luz de la buena literatura, siempre nos quedarán novelas como ésta de Lara. Los onubenses estamos de enhorabuena.

Lara Moreno. Editorial Lumen.

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