Cultura

Borges y el cine

Muchos escritores han mostrado su amor por el cine y han dedicado páginas de sus obras al Séptimo Arte. El pasado mes de mayo me ocupaba aquí mismo, con motivo del centenario de su muerte, de la personalidad del escritor norteamericano Mark Twain, de su dedicación al cine y de las adaptaciones de sus libros. No puedo olvidar esa pieza maestra de Alejo Carpentier, Letra y solfa, llena de vivencias cinematográficas. Podría citar más, pero hoy quiero recordar especialmente el libro Nosotros Los Borges. Apuntes de familia, del que es autor un sobrino del eximio escritor argentino, Miguel de Torre Borges, editado en 2005 por el Servicio de Publicaciones de la Diputación Provincial de Huelva. Hay unas páginas en uno de sus capítulos donde evoca la afición cinematográfica de Jorge Luis Borges, que merece destacarse en esta sección.

Escribe Miguel de Torre Borges: "Cuando todas las mañanas paso entre el mural de López Claro y el de Castagnino (en este aparecen los nombres de Meliès, Griffith, Chaplin, Buñuel, O´Flaherty y Eisenstein) no puedo dejar de pensar que al fondo de la ahora extendida librería estaba la pantalla del mítico cine Lorraine". Cuarenta años atrás Borges y su sobrino vieron entre otras: 39 escalones, de Alfred Hitchcock; El cochecito, de Marco Ferreri; La diligencia y El delator, de John Ford; La quimera del oro, la única de Charlot que le gustaba al escritor, Rashomon, de Akira Kurosawa; Locos de atar, Una noche en la ópera y Servicio de hotel, de los Hermanos Marx y pudieron admirar a Alec Guinness en Los ocho sentenciados y El quinteto de la muerte.

A través de la evocación de Miguel sabemos de la admiración de Borges por El acorazado Potemkin y Alexander Nevsky, del inefable Eisenstein. No es para menos. "Nunca olvidaré -escribe Miguel de Torres- su entusiasmo, acompañando con saltos en el asiento ante la carga de los caballeros teutónicos, con el fondo musical de Profofiev". Tio y sobrino se entusiasmaron con el entierro a lo vikingo de Beau Geste, no nos aclara que versión, con la grandiosidad de Lawrence de Arabia, de David Lean; la fascinación de Gilda con una esplendorosa Rita Hayworth, y los "westerns a granel" como Un tiro en la noche, El pistolero invencible, Los que no perdonan o A la hora señalada, que según Miguel "¿cuantas decenas de veces la habrá visto?". Y es que cuando una película le apasionaba llevaba a una persona distinta cada noche para verla de nuevo.

Al escritor argentino le interesaban los avances técnicos y le encantaron el Cinerama, el 3-D y el CinemaScope, que le permitieron soportar, asegura el autor, La conquista del Oeste, celebrando especialmente una de sus primeras producciones en este formato: El manto sagrado, que aquí, como recordarán los más veteranos se tituló La túnica sagrada. Aunque sentía horror por los musicales, vio con su sobrino Rock around the clock en el cine Miramar, atraído por la música pero contrariado por "la vulgaridad de sus diálogos, especialmente con lo que decía Bill Haley", el auténtico creador del rock, que popularizaría internacionalmente Elvis Presley.

Añade Miguel de Torre Borge que releyendo la lista de los films, verifica que no figuraba en ella ningún título argentino y sólo uno español "que nos gustó muchísimo, con compadritos andaluces, uno de ellos apodado El Chiclanero... Curioso ¿no?

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