Cultura

UN ARCHIVO DE SOMBRAS

  • La memoria de la civilización. Akal rescata en una cuidada edición uno de los proyectos más enigmáticos del siglo XX: el 'Atlas Mnenosyne' de Aby Warburg, un álbum de imágenes con muy poco texto con el que el intelectual germano quería reflejar las diferentes maneras en que los seres humanos habían reflejado las pasiones humanas desde el imaginario clásico.

Akal publica, en espléndida edición, uno de los libros más enigmáticos del siglo XX: el Atlas Mnemosyne de Aby Warburg, obra inconclusa del erudito alemán, cuya muerte prematura le impidió culminar un proyecto de singular ambición en el campo de la Historia del Arte. Este proyecto no era otro que el de establecer un linaje, una correspondencia, una secuencia oculta entre los diferentes modos en que el hombre ha expresado, desde la Antigüedad clásica, el ancho friso de las pasiones humanas. El lector curioso, si tiene paciencia para aguardar las colas, aún puede acercarse al Reina Sofía de Madrid para visitar la exposición que sobre el Atlas ha comisariado Didi-Huberman. Sin embargo, esta obra de Warburg no es exactamente un libro. En rigor, se trata de una colección fotográfica, escuetamente comentada, donde las imágenes se ordenan por afinidades temáticas, y cuya función era mostrar la pervivencia del imaginario clásico desde los días de Fidias y Platón a la gran pintura de Leonardo.

La novedad de Warburg, pues, consiste en adivinar, bajo una espesa fronda de épocas y estilos, la originaria formulación de las pasiones (la tensión, el movimiento, el drama) que toman cuerpo en la Grecia de hace veinticinco siglos. Esto significa que la Historia cultural que propone Warburg es, también, una historia de la psicología y sus diversos modos expresivos. Lo cual nos lleva, por un lado, a Nietzsche y El origen de la tragedia, obra de gran influjo sobre el pensamiento de Warburg; y de otra parte, a los postulados de Freud, entonces recientes, que otorgaban un sistema, un carácter dinámico y ocultadizo a cuantas fuerzas moran y perviven, inadvertidamente, en el alma humana. Sin embargo, es Jung, el discípulo y antagonista de Freud, quien más se acerca a la empresa intelectual de Warburg. Como el lector no ignora, mientras en Freud es la sexualidad quien puja al fondo de nuestros actos, para el psicoanalista suizo eran los arquetipos, ocultos en el cerebro arcano de la especie, quienes determinaban los sueños. Se distingue así la naturaleza adventicia y personal de los análisis de Freud, distintos para cada paciente, de aquella conciencia colectiva, expuesta por Jung, en la que el ser humano era el portador de imágenes y situaciones que habitaban sus noches desde el origen de los tiempos. De modo similiar, en Warburg nos encontramos con cierta iconografía que, bajo distintos aspectos, ha perdurado durante siglos; iconografía que nace de una necesidad dramática, expositiva, y cuya hora de esplendor, tras siglos de una vigencia deformada y errante, llega con el Renacimiento y la vaporosa agilidad de Botticelli.

Éste es, de forma resumida y torpe, el sorprendente postulado de Aby Warburg. Para ello hay que tener en cuenta que, en la década de los 20, cuando Warburg inicia su Atlas, el suizo Wölfflin acudía al análisis formal, ajeno a consideraciones psicológicas y culturales para dar a luz su obra más célebre: Conceptos fundamentales de la Historia del Arte. Sólo Eugenio d'Ors, nuestro eminente Xenius, ordenaba un parecido esbozo cultural con su teoría del eón barroco y el eón clásico, contenida en Tres horas en el Museo del Prado y Lo barroco, para explicar la eterna oscilación de fórmulas y temas a lo largo de la Historia, no sólo del arte, pero también de la cultura y el pensamiento universal. O la temprana Abstracción y Naturaleza de Wilhelm Worringer, publicada en 1908 y cuyas páginas sobre el Antiguo Egipto, al margen de su validez analítica, siguen siendo deslumbrantes. Sea como fuere, no pretendo aburrir al lector con nombres y títulos de difícil hallazgo. Sí me gustaría recordarle, sin embargo, que es en esa hora del XX, apenas comenzado el siglo, cuando el análisis del arte alcanza su cima. Si en el XIX Viollet-le-Duc falseó el Románico y las grandes iglesias de Francia, si John Ruskin salvó la gran arquitectura gótica de Venecia, si Walter Pater se inventó un Renacimiento a la medida del academicismo británico, es otro suizo, Jacob Burkhardt, quien introduce la vida, la agitación, el nervio, la altiva ambición de los condottieri, en el estudio de las formas artísticas del XVI. Su obra La cultura del Renacimiento en Italia abrirá en gran medida el original camino, todavía hoy fértil y practicable, del pensamiento de Warburg. A lo cual habría que añadir la obra de sus discípulos, como Gombrich y Panofsky, y la crucial estética de Adorno.

En cierto modo, Warburg vino a realizar el inquietante sueño de Borges: la creación de una biblioteca infinita donde el hombre fuera, a un tiempo, Minotauro y artífice del laberinto. La vasta Biblioteca Warburg, hoy en Londres, es el origen de esta misteriosa cartografía gestual, que atravesó países y eras ("las naciones de lo pasado y los pueblos de lo pretérito" se dice en Las mil y una noches), para dar este Atlas Mnemosyne, laberíntico mapa sostenido por el recuerdo y vertebrado por el dolor, el espanto y la euforia, viejas pasiones humanas.

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