Muchas veces, a través de lecturas y, mientras pude, de conversaciones con personas que lo habían vivido en su juventud, traté de hacerme una idea lo más real posible de la España de los últimos tiempos de la República, mientras se deslizaba por el tobogán suicida que la llevaría a la Guerra Civil. Saber cómo era el día a día en las panaderías, en las tabernas, en las reuniones de amigos o en el interior de las casas; no en los despachos del poder, en los cuartos de bandera de los cuarteles o en las embajadas extranjeras, para lo que hay literatura de sobra. He vuelto a pensar en ello estos días a cuenta del conflicto catalán. Cada vez hay más testimonios en los medios de cómo, poco a poco, se va abriendo un foso entre la gente en esa comunidad, pero con reflejo en toda España. Escuchamos hablar de amigos que han dejado de verse, de familias que eluden el tema porque se termina a gritos, de discusiones entre vecinos por las caceroladas o las banderas colgadas en los balcones… Vemos cómo la propaganda ha sustituido a la información y cómo el periodismo cede ante la manipulación más grosera; vemos cómo una decisión judicial puede ser utilizada para soliviantar la calle y cómo todo vale para intentar transmitir al mundo la imagen de un país acosado y reprimido. También cómo se cometen dislates por uno y otro lado que son utilizados de la forma más rastrera: el ejemplo más claro es el enorme error cometido por el Gobierno con la utilización de la Policía el domingo 1 de octubre, retorcido y exagerado de una manera burda hasta quedar convertido en el mayor ejemplo de represión en Europa desde hace cuatro décadas.

Sería absurdo trazar demasiados paralelismos entre la Cataluña de hoy y la España de 1936. Afortunadamente, sobre este rincón de la vieja Europa ha caído el poso de ochenta años y la Historia no pasa en balde. Pero la fractura social que ha quedado abierta, la división en dos bandos que tienen muy difícil o casi imposible dialogar, la falta de soluciones en el horizonte y el convencimiento de que todo puede ir todavía a peor está ahí. Y ese fantasma da miedo. En la calle, la temperatura es alta. Hasta ahora no ha pasado nada demasiado grave. Pero la chispa puede saltar el cualquier momento. Los próximos días -la aplicación del artículo 155 a partir de hoy parece imparable- van a ser tremendos: vamos a tener a la vez una comunidad intervenida y una república proclamada. Que quien lo entienda, lo arregle.

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