Homenajes. joris ivens & marceline loridan-ivens

Los viajes de un revolucionario

  • Con Joris Ivens el documental europeo adquiere su identidad nómada y su vocación reflexiva

Si Robert Flaherty es en gran medida el padre del cine documental norteamericano, en Europa ese título probablemente se lo repartan entre Dziga Vertov y Joris Ivens. Éste holandés errante, nacido tan sólo tres años después que Vertov y once después que Walter Ruttmann, se enganchó a la cámara desde muy joven y con una temprana vocación experimentadora. Sus primeras grandes obras de los años 20, los cine-ensayo De brug y Études des mouvements á Paris, o el célebre cine-poema Regen, cristalizan buena parte de las búsquedas formales y rítmicas que las vanguardias soviética y francesa estaban explorando por esos mismos años.

Invitado a la URSS en 1930, Ivens selló allí su compromiso ideológico y político, dejando de paso alguna pequeña obra maestra como Komsomol. De vuelta a su país natal, y tras filmar Nieuwe gronden, donde mostraba los estajanovistas esfuerzos de sus compatriotas por construir un país literalmente arrancado al mar, Ivens se renovó como artista trocando la experimentación por el realismo, en un radical cambio de estilo que no tendría vuelta atrás, pero en el que tampoco se olvidaría de las enseñanzas aprendidas en sus años de lúdica experimentación; y como prueba de ello ahí están las imágenes líricas y libres rodadas entre el 57 y el 66 (La Seine a rencontré Paris, …à Valparaíso, Rotterdam Europoort, Pour le Mistral) que entusiasman incluso a quienes le detestaban por razones puramente ideológicas.

Si Borinage ya exponía sin sentimentalismo las terribles condiciones de vida de los mineros belgas y sus familias, The Spanish Earth selló su solidaridad con el bando republicano, a la vez que señalaba con premonitoria anticipación el peligro de la amenaza fascista para el futuro de Europa. Viajero infatigable (Johan van der Keuken, el otro gran documentalista holandés, es heredero directo del nomadismo de Ivens), soñador de utopías, testigo privilegiado de los cambios sociales, económicos y políticos de la segunda mitad del siglo XX, Ivens acudió siempre allá donde el pueblo necesitó una cámara para inmortalizar su lucha contra la tiranía y la opresión.

Estuvo en Indonesia (Indonesia calling), en China (The 400 million, La pharmacie nº 3: Shangai, Une histoire de ballon), en Vietnam (Le 17ème parallèle), y a partir de finales de los sesenta casi siempre en compañía de su esposa, Marceline Loridan Ivens, coautora de algunos de sus últimos trabajos, y a quien también se homenajea en esta retrospectiva.

Quienes acusaron a Ivens de tener ideología y de no ser un documentalista analítico, olvidaron que Ivens jamás fue un mero hagiógrafo servil, a pesar de inmortalizar los sueños revolucionarios antes de que mutasen en pesadillas. Su fe en la capacidad del pueblo para dirigir su destino nutre la práctica totalidad de sus cintas fotografiadas en extremo oriente, incluyendo su última obra maestra, filmada casi ochenta años después de sus primeros experimentos cinematográficos, Une histoire de vent.

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