Números rojos | Crítica

Una claridad barroca

  • Renacimiento publica el poemario Números rojos, segundo obra de la poeta Carmen Aranguren, donde se continúa la exploración temática y la intención lírica de su primer libro, Parques y Jardines, editado en 2021

Imagen de la poeta y galerista Carmen Aranguren (Badajoz, 1973)

Imagen de la poeta y galerista Carmen Aranguren (Badajoz, 1973) / Juan Carlos Muñoz

Tras su primer poemario, Parques y jardines (2021), Carmen Aranguren publica Números rojos, obra donde prosigue la cautelosa exploración de ciertos invariantes humanos, apoyada, como entonces, en una fluida sencillez expresiva. Titulamos estas líneas como “una claridad barroca”, por cuanto la claridad estilística de la poeta, que no excluye los coloquialismos, y tampoco el uso lúdico de expresiones convencionales -parques y jardines, números rojos-, obra en servicio de cuestiones que son aquellas mismas, sin variación apenas, que nos ocupan desde la hora mayor del siglo de oro: la tenue fantasmagoría del mundo, la muerte y la melancolía, la dicha y su espejismo, la misteriosa urdimbre del recuerdo. Y el amor, que todo lo abrasa y vivifica.

'Números rojos' es una atenta celebración de lo real, sin olvidar su carácter provisorio

No es, sin embargo, una poesía elegíaca la que lector encuentra en estos Números rojos. Al contrario, se trata de una atenta celebración de lo real, sin olvidar su carácter provisorio. A este respecto, decía Maravall que el Barroco había conocido el orden y la claridad del Renacimiento, de ahí su confianza última, teñida por la melancolía. En un sentido estricto, esa es la óptica desde la que escribe y canta Carmen Aranguren. Con una minuciosa atención al mundo circundante -piénsese en los suntuosos bodegones donde la vida se acopia y resplandece-, pero con la certeza de que dicho esplendor es una visión volátil, celérica, quizá engañosa, pero de una excepcional nitidez, digna del mayor crédito. Esa misma concepción apresurada y equívoca de la existencia es la que cabe aplicar a tres materias afines: la propia configuración del yo, la vida autógena de los sueños y la porosidad esencial de la memoria. También en lo que atañe al amor, a los azares de la fortuna, a lo que mañana seremos, sin saber aún cómo.

Todas estas magnitudes se barajan, con extrema sencillez -pongamos por ejemplo-, en su poema “Muerto”, el cual no deja de ser una vanitas actualizada, falsamente prosaica, de carácter onírico. “...quién iba a comprender el estupor, / la tristeza del amor a un cadáver”, escribe Aranguren. Antes, sin embargo, la poeta ha celebrado “la luna redonda y fluorescente”, “la luz vespertina y las magnolias”. De modo tal que Números rojos configura, la muerte en pos de la vida, una emocionante expresión de gratitud a los dones terrestres y celestes.

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