Síndrome expresivo 67

Politraumatismo expresivo

Cada vez es más insoportable la manera de hablar de nuestros gobernantes.

Cada vez es más insoportable la manera de hablar de nuestros gobernantes. / Pixaby

De un tiempo a esta parte, el crecimiento incesante de pedantes hablantes con muchas consonantes hace insoportable la manera de hablar de nuestros gobernantes. No sé si es preocupante, aunque es impactante cómo los votantes más recalcitrantes alaban el talante de unos discursos altisonantes, alejados de un estilo elegante. Claro está que, delante de los simpatizantes, es más emocionante el hilado de términos redundantes para que el mensaje sea más rimbombante o, por lo menos, parezca más importante. ¡Líbreme Dios de acusarlos de ignorantes!

Por lo tanto, qué se puede decir que no se haya dicho ya…, o que sí se haya dicho. Muchas veces se ha dicho que existen muchos exaldichos que, con sus ornamentados floridichos, no dicen nada o solo intentan aparentar decir algo por decir. Este síndrome del hablante redicho puede ser motivo para pertenecer al grupo de decidores sin dicha. Cuidado, querido lector, con los edictos dictados al servicio de los dictadores de las normas de los dichos, porque son frecuentes las contradicciones en los veredictos de esos dichos.

A veces, siento que mi estilo se aleja del ideal cervantino, basado en la sencillez y llaneza del lenguaje, y se contagia de estos nuevos hábitos lingüísticos retorcidos y consonánticos, voceados por nuestra clase política en cada rueda de prensa sin opción a preguntas por parte de los periodistas. Soy consciente de que me debo a mis lectores y, por esa justa causa, voy a hablar con absoluta claridad. Juro que haré todo lo que pueda y un poco más de lo que pueda, si es que eso es posible, y haré todo lo posible e incluso lo imposible, si también lo imposible es posible. ¿Por qué va a ser imposible, si creemos en la posibilidad de lo posible?

En realidad, quería aprovechar estas líneas para recordar uno de los discursos oficiales más esperados de mi vida. El hecho se remonta allá por el mes de abril del año 2020 cuando, ávido de noticias esperanzadoras, mis castos oídos fueron testigos del anuncio del émulo del mítico Tiresias ante la asamblea de ciudadanos enfundados en un suave pijama de primavera:

La fase 1 o primera, que se llama 0 o de preparación, será la fase preparatoria. La fase 1 se llama 0, porque es la de preparación o preparatoria. Una fase, con su nombre correspondiente para cada una. Así, la fase 1 que es la fase 0 o inicial, pero que no se llama inicial, porque ese nombre correspondería a la fase 1, que es la que inicia las fases de desescalada.

Después de la fase 1, que no hay que confundir con la fase inicial del proceso o preparatoria del resto de fases, viene la fase 2 o intermedia. Esta fase 2 es la intermedia y las fases van de la 0 a la 3, es decir, es la intermedia de las cuatro fases. A continuación, llegamos a la fase 3 o avanzada, donde podremos realizar algunas actividades o no. No obstante, existe una fórmula regulatoria que es “a lo mejor”, que nos permite algunas actividades si están recogidas en alguna de las fases.

¿Se puede superar?

La sabiduría popular nos invita a no perder la esperanza y cultivar día a día un espíritu de optimismo ante las adversidades lingüísticas. Sin duda, es la mejor opción para seguir creyendo en las capacidades del ser humano y no caer en el tópico de “cualquier tiempo pasado fue mejor”. Sin embargo, confieso que no siempre uno puede abstraerse del entorno y celebrar con indulgencia la destrucción sistemática del sistema comunicativo por excelencia.

A grandes rasgos, este síndrome que podríamos bautizar como de “politraumatismo expresivo” se cura con solo una pequeña dosis de sentido común y un plan de ejercicio diario: unos treinta minutos de lectura son suficientes para ir recuperando la movilidad del pensamiento. Si a esto le añadimos un poco de amor propio, creo que, en un par de meses, irá desapareciendo esta manía expresiva de unir palabras y frases al azar y tomar al ciudadano por tonto. Aunque a la vista del patio de Monipodio en que se ha convertido el ruedo político nacional, estoy cada vez más convencido de que vivimos en un país (España) de tontos.

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