En defensa del patrimonio cultural

La plaza de Aroche

  • La reforma de la plaza pública de Aroche está generando cierta polémica, porque tras permanecer cerca de 500 años sin cambios se tenía que haber contado con los vecinos para su transformación

La plaza de Aroche, o de Juan Carlos I, es un espacio urbano público, de poca amplitud y descubierto, en el que se suelen realizar gran variedad de actividades, y donde reside el brazo del poder civil, es decir, el Ayuntamiento. A ello se añade que es el centro nuclear de la población, la que marca las distancias, y como pilar de las relaciones humanas se erige en el lugar donde se suele quedar para cualquier asunto; todo ello hace que sea escenario de las representaciones del poder o de actuaciones festivas y religiosas que simbolizan la cultura arochena e interiorizan el hecho colectivo.

Hasta el último cuarto del siglo XVI no se concibió su espacio como una plaza en el sentido estricto del término, siendo una confluencia de varias calles que provocaban el desdibujamiento del espacio. Esta situación estaba en sintonía con los problemas defensivos de Aroche, que como capital militar serrana de la frontera con Portugal, se vio obligada a alojar a sus vecinos en el interior del recinto fortificado o muralla, lo que provocó que el espacio intramuros fuera escaso, por lo tanto, los Capitulares no se podían permitir lujos como crear lugares abiertos y amplios. Además, la plaza es un producto del urbanismo medieval que tomando como núcleo central el castillo provocó que las calles se ordenaran de forma concéntrica a su alrededor, adaptándose perfectamente a las pendientes que encontraban a su paso. Es lo que se conoce en urbanismo como trazado radiocéntrico.

Habrá que esperar a 1576 cuando el Ayuntamiento, coincidiendo con la reparación de las casas del cabildo, que se situaban en un pequeño solar entre las calles Mayor, Cilla y Puerta de Sevilla, concibe la creación de una plaza pública en sus puertas, expropiando dos casas a los vecinos Isabel Masera y Antonio Pérez, con lo que primero se creaba un espacio abierto delante del Ayuntamiento y segundo se edificaba una casa pósito. Es también ahora cuando se empiedra como medida higiénica para evitar los lodazales o barrizales que se creaban cuando se tiraban los residuos o llovía en abundancia, posibilitando la instalación de un modesto mercado para abastecimiento de los vecinos. Incluso no descartamos que este nuevo ensanche fuera dotado con pórticos, iguales que los que levantó en 1693 D. Pedro Tinoco en la fachada de su nueva casa, abierta en uno de los laterales de la plaza.

Después esa misma plaza se cargará de vida y será centro de concentración de los ejércitos españoles durante las guerra de Restauración de Portugal (XVII) y guerra de la Independencia (XIX); pero también el lugar donde los propietarios contrataban a los braceros, donde una muchedumbre impidió que se colocara el bando de Guerra durante la incivil contienda o donde los políticos han escenificado sus mítines en la reciente democracia. Podríamos decir, sin equivocarnos, que todo lo realmente significativo ha pasado por su mirada.

Desde hace algunos meses, en esta histórica plaza se vienen realizando, promovidas por el Ayuntamiento, una serie de actuaciones consistentes en levantar dos podium o terrazas y sustituir el empedrado tradicional por otros materiales como el granito y la pizarra. Estas obras que tocan uno de los elementos más emblemáticos de la población han generado una gran polémica, encontrándose muchas personas profundamente indignadas por los drásticos cambios. Estas personas piensan que la actuación en una plaza, que no ha sido modificada durante cerca de 500 años, merecía contar con la opinión de los vecinos, máxime cuando la participación debe de ser uno de los pilares de nuestro actual sistema democrático.

Desde el punto de vista patrimonial las actuaciones llevadas a cabo entran en franca contradicción con el urbanismo arocheno, cercenando una forma de construir tejida durante generaciones. Así, en la modificación de la delimitación de Bien de Interés Cultural, con la categoría de Conjunto Histórico, de la población de Aroche, aprobado por decreto 288/2007 de la Junta, se dice que uno de los motivos singulares de su urbanismo y, por tanto, pilar fundamental para la protección, es la importancia de los pavimentos empedrados que adquieren relevancia en una trama irregular y en pendiente. No se han seguido estos dictados en las obras de reforma que se han realizado en la plaza Juan Carlos I que han sustituido el típico empedrado serrano en pendiente por materiales como el granito y la pizarra.

Los diseñadores de la reforma de la plaza no han tenido en cuenta hechos como que el caserío, aprovechando las cotas del castillo y de la torre de San Ginés, desciende en pendiente sirviéndose de las curvas de nivel, por tanto el desnivel que tenía la plaza se armonizaba con el resto de espacios, sin necesitar ninguna nivelación. Tampoco que los espacios libres públicos dentro del recinto intramuros son la plaza de la iglesia y la de Juan Carlos I, que son irregulares y que se asemejan más a calles anchas que a espacios públicos planificados, por lo que, especialmente en este último, no se pueden acometer diseños que estén acorde con las tipologías de plazas públicas tradicionales de líneas duras.

Tampoco parece suficiente justificación de las obras los problemas de aparcamientos ilegales que algunos plantean, que son generales en todo el núcleo urbano, y merecen otro tipo de tratamientos de mayor calado. Incluso con la reforma se siguen viendo algunos vehículos mal estacionados.

Precisamente, en el mundo del urbanismo hay planteado un debate sobre las plazas como espacios públicos o espacios sociales. Si por una parte el terreno es de titularidad pública, por otra debe de cumplir una función social, donde se produzca una legitimación de manifestaciones culturales y sociales. Las actuaciones llevadas a cabo en la plaza arochena nos han conducido desde un espacio público donde los vecinos tomaban posesión o lo utilizaban en su totalidad a una segregación de la zona, donde desde el punto de vista social se puede pensar en una privatización de los perímetros de los dos terrazas y en el estrechamiento de las calles que hace más difícil la circulación de vehículos.

Otra de las funciones de las rehabilitaciones de las plazas públicas es conseguir una mejora de la vida de las poblaciones, cosa que no se ha logrado en Aroche, pues no se han dignificado el espacio público para recuperar su capacidad para acoger actividades que mejoraran la cohesión social. Justo ha ocurrido al revés, las manifestaciones culturales, como Reyes Magos o Semana Santa encuentran ahora una serie de barreras arquitectónicas que impiden su magnificencia. Sin irnos más lejos citaremos el altercado que se produjo esta pasada Semana Santa, en concreto el Viernes Santo, donde la Hermandad de la Virgen de los Dolores quiso llevar a cabo en la Plaza el conocido 'Encuentro' con el Yacente, para lo que tuvo que dejar a todas las mujeres vestidas de mantilla aparcadas frente al Casino de Sociedad, cuestión que estuvo a punto de crear una rebelión entre tan bellas damas, que amenazaron con marcharse a casa.

Tampoco se entiende una actuación tan agresiva en un conjunto histórico, que precisamente ha sido protegido por ser una sucesión de agrupaciones de construcciones urbanas junto con los accidentes geográficos que las conforman, relevantes por su interés histórico, arqueológico, paleontológico, artístico, etnológico, industrial, científico, social o técnico, con coherencia suficiente para constituir unidades susceptibles de clara delimitación. Además, desde el punto de vista patrimonial es importante que no se produzcan agravios comparativos entre unos vecinos obligados a respetar, en la rehabilitación de sus casas, severas normas patrimoniales y unas instituciones públicas a las que se les permiten semejantes transformaciones.

En resumen, las actuaciones urbanísticas llevadas a cabo nos parecen poco imaginativas y cercanas a soluciones clónicas, habiendo conducido a convertir la plaza en tres espacios separados por una calle que desvirtúan el concepto unitario de este espacio, lo que pone de manifiesto los límites del diseño como herramienta generadora de identidad cívica y permite constatar que el espacio público sigue siendo una asignatura pendiente y un reto para la arquitectura y el urbanismo contemporáneo.

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