Juicio Crímenes de Almonaster

Genaro Ramallo: "Yo no maté a Carmen ni a mi hijo Antonio"

  • Ramallo se sitúa lejos de la finca en agosto del 93 (fecha del crimen), trabajando de sol a sol en la academia de Matemáticas que dirigía en Huelva.

Con la cabeza gacha, ocultando su rostro bajo las manos esposadas y temblorosas. Así irrumpía ayer en la sala de vistas de la Sección Tercera de la Audiencia de Huelva Genaro Ramallo, el único procesado por el asesinato de María del Carmen Espejo y el hijo de ambos, el pequeño Antonio, de diez años. Lo hacía vestido con cierta formalidad -náuticos, pantalón de pinzas, camisa a cuadros y chaleco azul sobre los hombros- y acompañado por la Policía una hora después de la hora señalada para el inicio del plenario. Un retraso en las conducciones de la cárcel de Huelva, cosas que pasan. Cuando arribó al que será su banquillo, el de los acusados, durante las próximas dos semanas, el profesor de Matemáticas se mostraba tan apocado que hasta el presidente del tribunal, José María Méndez Burguillo, tuvo a bien preguntarle hasta en dos ocasiones si se encontraba tranquilo.

Tomó asiento y apoyó los codos en las rodillas, con el torso hacia adelante y la vista fija en el suelo. Ramallo no ocultó su incomodidad por la presencia de la prensa, especialmente por la de las cámaras de los reporteros gráficos. Tres años de prisión preventiva se han dejado notar en su semblante, ahora plagado de surcos; y en las sienes, más plateadas. El presidente de la sala le aclaró sus derechos, "aunque usted ya se los sabrá, que tiene buena formación y es un hombre ilustrado". Él asintió y, con su acento boliviano, le indicó que "me voy a acoger a mi derecho a no declarar". Le quitaron las esposas, un alivio.

Bastaron unos segundos, lo que tardó Méndez Burguillo en anunciar el inicio de las cuestiones previas, para que cambiara de opinión: "Contestaré a las preguntas de mi abogado". Así llegó su declaración, la primera de todas, ya que hasta la fecha había preferido no responder a ninguna pregunta. Eso sí, se ciñó a las formuladas por su abogado. "¿Mató usted a María del Carmen Espejo?", le inquirió el letrado Álvaro Aznar. "No". "¿Y a Antonio Ramallo Espejo?". "No". Sus respuestas, en un hilo de voz prácticamente imperceptible en la sala, empujaron a las acusaciones a instarle a acercarse al micrófono y al tribunal a reformular las cuestiones. "No, no..., no", contestó con firmeza; "no, me reafirmo".

A la pregunta de si recordaba haber estado a finales de agosto de 1993 en la finca de Almonaster la Real que él había adquirido sólo un par de meses antes -se estima que los asesinatos acontecieron en el fin de semana del 20 y 21-, explicó que, "partiendo de la base de que con la distancia del tiempo es muy difícil acordarse de dónde está uno, yo que llevo muchos años sacando conclusiones de mi trabajo le puedo decir que la mayor abundancia de trabajo la tengo en los meses de verano, y concretamente en agosto, de cara a los exámenes de septiembre. Justamente la última quincena de agosto yo trabajo... o trabajaba prácticamente a tiempo completo, desde las ocho de la mañana hasta las once de la noche, incluidos los fines de semana", en la academia de Matemáticas que regentaba en Huelva capital.

Se estima que Ramallo y Mari Carmen Espejo ya eran pareja, como mínimo, en 1983, año en que nació Antonio. Él sólo recordó ayer que había dejado a su anterior esposa (y a un hijo) en Alemania para venirse con la víctima a España. Casar las fechas le resulta difícil, afirma, porque "siempre he convivido con dos o tres chicas a la vez y acababa una relación para empezar otra".

Diez años más tarde, en las cercanías de la fecha de autos, "mi relación con Carmen ya había acabado y estaba con J.L.", pero seguía manteniendo el contacto por "el niño y por mi sentimiento de culpabilidad". De hecho, agregó en el plenario, "cuando ella (la víctima) decidió irse a Madrid (si ésas eran sus intenciones, no llegaron a materializarse), la relación había acabado hacía dos años, aunque seguíamos manteniendo relaciones íntimas incluso".

Sobre la vinculación de J.L. y Espejo dijo que "se conocían; como decía Antonio Gala, eran casi enemigas íntimas; pero J.L. era más fuerte psicológicamente y ejerció su influencia para que Carmen se marchara".

Ramallo se autorretrató como una persona que "nunca" ha agredido ni a sus parejas ni a sus incontables hijos, por los que ha mantenido un "escrupuloso respeto", aunque sí admitió que ha fundamentado la educación de sus hijos "en la disciplina: era estricto y muy exigente, pero nunca les he pegado".

En 2011 los especialistas en desapariciones del Grupo de Homicidios de la Policía Judicial de la Jefatura Superior de Policía de Andalucía Occidental retomaron el caso e interrogaron a Genaro Ramallo. Escasos días después de este encuentro con los investigadores, el procesado se esfumó. Ayer explicó ante el tribunal que su marcha de Huelva nada tuvo que ver con este episodio, sino con la "fortísima discusión que tuve con C.", su mujer entonces, al enterarse de que "mantenía una relación con una chica canaria". Aseguró que pretendía viajar a las islas, pero que finalmente contactó con otra amiga residente en la localidad francesa de Toulouse "quien me ofreció su casa para que me despejara porque estaba hecho un lío".

Cuando en septiembre fueron localizados los restos de madre e hijo en la finca Huerta del Cura de la aldea almonasterense de Calabazares, se ordenó la busca y captura internacional de Ramallo. "Me enteré por Internet de que me buscaban y fui voluntariamente al consulado de Toulouse, donde llegué a hablar" con la magistrada Margarita Borrego, titular del Juzgado de Instrucción 3 de Huelva, por entonces encargada del caso. El imputado insistió en que los funcionarios del consulado no le prestaron demasiada atención y que cuando ya decidió marcharse "unos policías de paisano cayeron sobre mí por detrás".

Ahí acabó su periplo internacional. Fue trasladado a España y aterrizó en el aeropuerto de Torrejón de Ardoz, adonde se le tomaron muestras de ADN para cotejarlo con el de las víctimas. "Bajé del avión y al final de la escalerilla me estaba esperando un funcionario de la Policía que me metió un bastoncillo en la boca", indicó ayer, señalando que "nadie me preguntó si quería someterme a la prueba". Ramallo admite que firmó el consentimiento para que se la realizaran, pero que "nadie me leyó mis derechos y me hicieron firmar muchos papeles; yo me dejé hacer, era un pelele en manos de los ocho policías" que lo custodiaban.

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