Elecciones Andalucía

Con la hora cambiada: las elecciones deben ser en Canarias

  • El ambiente electoral, descafeinado y gris, respondió al cielo nublado y a la baja participación · Habría que haber convocado a los ciudadanos en el Thyssen o en los traslados cuaresmales.

Una señora armada con paraguas por si acaso y con una melena rubia demasiado oxigenada lo expresó a la perfección ayer mientras, después de votar en el colegio Nuestra Señora de Gracia, entre Barcenillas y la Victoria, se disponía a rematar la faena con un tentempié en un bar cercano: "Con lo del cambio de hora ya no sabe una si las elecciones son en Andalucía o en Canarias". Y tenía razón: entre la melopea propia del domingo, el cielo nublado y la adaptación orgánica al horario de primavera, que necesita su tiempo, la de ayer fue una jornada extraña, más propia del despiste que de una convocatoria electoral clave, posiblemente la más comprometida en la comunidad autónoma desde 1996. Al mediodía, los colegios electorales del centro, así como en Pedregalejo y El Palo, presentaban un ambiente que poco inspiraba a aquella fiesta de la democracia en la que siguen empeñando los nostálgicos. Apenas algunos jubilados que habían cumplido ya con el desayuno y algunas familias que habían salido de misa componían el ecosistema humano en torno a las urnas. Pero, claro, con tantas nubes y algunas gotas de lluvia que habían caído a primera hora de la mañana, tampoco apetecía precisamente ir a tomar el sol a la playa, con lo que Málaga se perdió uno de sus contrastes favoritos propio estas fechas: el de las imágenes de bañistas pasándolo en grande junto a las de ciudadanos en el ejercicio de su responsabilidad democrática. Ayer no hubo  de lo uno ni casi de lo otro.

La mayor afluencia de votantes se concentró entre las 13:00 y las 14:00, al menos en el centro y los barrios más próximos. En La Palmilla algunos exaltados se manifestaban con pancartas del Partido Humanista y fueron convenientemente retirados. Pero tampoco era necesario llegar a tanto. Lo habitual era encontrar a padres que preguntaban a los presidentes de las mesas si sus hijos pequeños podían introducir las papeletas en las urnas en su lugar, primerizos y veteranos que insistían a los portavoces de turno que sus nombres no figuraban en listado, algunos agentes de la Policía Nacional convertidos en instructores para la democracia y comentarios jocosos unos, agridulces otros. "A ver si sirve de algo", decía un señor calvo con camisa a rayas y pantalón gris cuando se disponía entrar a Los Maristas, de nuevo en La Victoria. Una señora que acababa de hacer lo propio le respondió con acierto mientras salía y se recomponía la bufanda gris: "Seguro que sí. Por mal que esté la cosa, siempre merece la pena. Que yo todavía recuerdo cuando no podíamos hacer esto". A esta misma hora la afluencia era también mayor en colegios de barrios como Cruz de Humilladero, Cortijo Alto y Puerto de la Torre. "Con este tiempo, lo que pegan son unas buenas migas", sentenciaba un hombre de chándal dominguero y tripón obispal en al calle Lope de Rueda.

Pero la ilusión duró poco. Lo que apetecía después de comer no era ni más ni menos que dormir una buena siesta, y resulta triste admitir que la participación en unas elecciones autonómicas puede llegar a depender de circunstancias tan fútiles. Quizá habría sido más apropiado trasladar las urnas al Museo Thyssen, que celebraba su primer aniversario con una jornada de puertas abiertas y las consiguientes colas, o en alguno de los nueve traslados procesionales que aportaron ayer a la ciudad su sabor a último tramo de Cuaresma. Ahí sí que hubo gente. A la democracia ayer le faltó público. Así que ganó, pero menos. 

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