¿Es bueno que unas decenas de miles de ciudadanos decidan el destino de decenas de millones?.

En el paso del amateurismo a la profesionalización puede localizarse la quiebra de una alta línea.

Muchos de los libros comprados a plazos cumplieron su función y siguen asaltándonos en los mercadillos.

El altar de las devociones, siempre provisional, cambia con la sensibilidad de los tiempos.

El porvenirismo se mezclaba con odas fabriles, retratos de la ciudad vertiginosa o reclamos indigenistas.

Ellos, los irresponsables millonarios que juegan a aventureros, son la verdadera basura.

Los tumultos desmienten la faceta más inocua y folclorizante del catalanismo insumiso.

A diario vemos cómo los resabiados predicadores de la debacle reiteran los diagnósticos desoladores.

La hipocresía moral ha mudado en nuestro tiempo descreído del ámbito de la religión al de la política.

El divino manco reinventó, sin atender a la caprichosa restricción del linaje, el concepto de hidalguía.