Disco, Ibiza, Locomía | Crítica

Celebración de la banalidad

Jaime Lorente en una imagen del filme.

Jaime Lorente en una imagen del filme.

El audiovisual español, no podemos distinguir ya entre cine, televisión o series documentales o de ficción, sigue rebuscando entre los residuos de la cultura popular para abrir desde la nostalgia generacional una nueva y rentable gama de productos para las masas entre las salas y las plataformas.

En el caso de aquel famoso y vilipendiado grupo de los abanicos, la indumentaria hortera, las hombreras y los ritmos dance llamado Locomía, tenemos ya serie documental (Movistar+) y este largo de ficción de Kike Maíllo (Eva, Toro, Cosmética del enemigo) que cuenta su historia de ascenso, amistad, egos, traiciones, autodestrucción y caída desde el litigio con sus productores por los réditos de una astuta operación de marketing que los convirtió en una sensación de las listas de éxitos, las salas de fiestas y los platós televisivos de España y Latinoamérica a finales de los ochenta y principios de los noventa.

La historia se activa de manera elemental y tragicómica desde los despachos de una mediación que sirve de puente entre las dos versiones del fenómeno, una narrada por el fundador Xavier Font (Jaime Lorente) desde los días de ilusión, desenfreno y marginalidad (gay) en la Ibiza de las fiestas más locas, la otra desde la perspectiva de un José Luis Gil, encarnado desde la caricatura por Alberto Ammann en lo que sin duda es el principal atractivo del filme, como empresario sin cuya visión todo aquello nunca hubiera sido posible.

Servido así el conflicto de intereses y sensibilidades, Maíllo opta por el pastiche pop y la recreación retro como solución formal a un esquema básico cuyos peajes melodramáticos apenas tienen profundidad frente a ese otro tono de astracanada que nos redime de la escasa entidad de unos personajes movidos como marionetas entre la euforia y la depresión. La denuncia de la homofobia o de los tejemanejes de la industria musical de aquellos días se queda en un segundo plano y la película se entrega a la celebración de su propia materia festiva de fulgor efímero a ritmo de banda sonora de las caras.