Del Dios Toro

Un toro de Pereda de cuerna monumental

  • El primer toro de la feria, de procedencia Domecq, llamó la atención por su formidable descaro · Una poblada cabeza con dos palas imponentes y mazorcas de grosor extra

EL rimero de los seis toros de José Luis Pereda jugados ayer tenía impresionantes mazorcas. Impresionantes por el grosor, por el color y por la extensión. El grosor de las ruedas de un camión, por poner un ejemplo exagerado; el color, pulido blanco anacarado y casi resplandeciente; la extensión de un más que mediano alambique. Una tubería imperial.

Las astas de los toros de lidia recuerdan, en la forma, el cuello de las retortas. Las de ese toro de Pereda llamaban la atención. El toro era, además, muy descarado. Y astifino, porque en Sevilla y en feria es raro que no lo sea cualquier toro. Y porque la ganadería de Pereda, en cualquiera de sus dos ramas, da toros muy afilados.

Si un toro es de palas y puntas blancas, parece doblemente afilado. Gruesa y afilada la cara, las dos cosas a la vez. Aquí se habla de la parte por el todo. Es una de las razones clásicas de la jerga taurina. La cara son los cuernos. Los cuernos son la cara. Como si las orejas y los ojos no contaran. Cuerno es una palabra con bastante mala prensa, digamos, y un puntito ambigua o equívoca, y ni siquiera el mundo de los toros está libre de su resbaladizo doble sentido. De los cuernos de las vacas se habla con la mayor tranquilidad del mundo. De los de los toros no tanto.

Pero de los de ese toro de Pereda que rompió el fuego, el primer toro de la feria como quien dice, se podría escribir un tratadito. Porque no es normal que un toro de Pereda tenga tantos cuernos. O tanta cara. Se debate si la cría de bravo camina ya sin freno hacia lo que con dudoso criterio ha dado en llamarse el monoencaste. Es decir, al destino Domecq o a la nada. Cuesta aceptar la teoría. Son innegables los datos de que el encaste Domecq, que es el segundo nombre del presunto monoencaste, es dominante. ¿Dominante? Tanto que incluso dentro del propio encaste ha habido que abrir líneas, o imaginárselas, o inventárselas, para que al menos no parezca tan apabullante el predominio. En el semanario 6 Toros 6 se publica anualmente una serie de gráficos para representar visualmente la proporción de toros lidiados por temporada según su encaste o procedencia.

Las cifras son abrumadoras, pero los números resultan fríos comparados con el impacto de las manchas de color de los gráficos. Si los toros de sangre Domecq suponen las tres cuartas partes de los lidiados a lo largo de un año, la mancha con el color Domecq, pintada como sector de un círculo, produce hasta cierto vértigo.

Nada que temer, sin embargo. En contra de lo que pudiera pensarse, la tendencia a uniformar los encastes por activa o por pasiva no es de ahora. Sino casi tan vieja como el toreo.

Del fenotipo y el genotipo de las ganaderías bravas se ha empezado a hablar con más rigor científico que del asunto del monoencaste. Ahora se entiende mejor el sentido de la herencia de Tamarón y Parladé, a la cual resulta obligado recurrir cuando, llegada la feria de Sevilla, comienza el desfile de toros por esa tan particular pasarela de la Maestranza.

Lo que no se entiende bien es que un toro como el primero de Pereda tuviera mazorcas como las que se dan en el Miura primitivo, de calibre especial, fuera de catálogo, que ya no fabrican. Probablemente no tuvo nada que ver el tamaño de los cuernos con el carácter del toro, que, frenado de partida, se arrancaba al caballo pero sólo para blandearse, es decir, dolerse al sentir el hierro. Probablemente. Pero habría que probarlo. Y, de momento, no se pueden hacer esas pruebas.

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