Toros

De rejones, de Murube, de Bohórquez, y buena

LOS toros han vuelto a soltarse en Sevilla con divisa y ni siquiera se hizo excepción en la corrida de rejones. Con la divisa verde y encarnada de Fermín Bohórquez saltaron los seis toros de justa. Las corridas de rejones tienen mucho de antigua justa. Más que las corridas de a pie. No tanto por los toros como por los caballos.

Si se hiciera una encuesta entre los espectadores de las corridas de rejones para averiguar cuántos son los que van a ver qué -si los caballos, si los toros, si torear, si tal o si cual-, se llegaría a la segura conclusión de que la inmensa mayoría va por los caballos y por quienes los montan. Y luego lo demás.

Son minoría los que pretenden verlo todo a la vez. Cuando se ve a la vez todo, prima el toro. El toro siempre está. Y si no está, malo. Una verdad bíblica dice que "la corrida está donde está el toro". La frase es de Gregorio Corrochano, crítico taurino tan ilustre. Uno de los creadores modernos del género, renovador de la crítica como pieza, el escritor taurino más influyente de su tiempo. Imprescindible para conocer dos épocas sensibles del toreo: la Edad de Oro y la Edad de Plata. De 1912 a 1936. De autoridad es la frase.

Corrochano fue amigo y confidente de Joselito el Gallo y es probable que esa sentencia, tan certera, proceda del acervo gallista. A Belmonte no se le habría ocurrido reparar en ese detalle, que parece nimio pero no lo es. De cajón. En una de rejones le cuesta a la teoría de Corrochano abrirse paso más de lo normal. Un tiempo. El prólogo es obligadamente largo porque para un rejoneador el paseíllo es causa mayor. El caballo que se saca y cómo desfila; la vuelta al ruedo primera al paso o al trote y de costado, y de cara a la galería; el artificio de las primeras figuras compuestas también al trote o al paso en el ruedo después de romperse filas; y el aire con que se enfilan las cuadras, que tiene su morbo. Hay rejoneadores que se dejan el aire en un par de corvetas. O que le cambian al caballo marchas, pasos y galopes para que nadie se olvide de ellos. A veces las corridas son de seis toreros y, cuando llega el quinto, muchos ya ni se acuerdan.

Tanto tiempo levantado el telón y al fin sale un toro. Despuntado. Aunque esté despuntado, el toro lo es con todas las de la ley pero no todas sus consecuencias. No puede pretenderse que los caballos de torear corran los mismos riesgos que los toreros de a pie. Está enterrado para siempre y hace muchos años el debate sobre si los toros de rejones en puntas o no. Los públicos no soportan la visión de la sangre de un caballo herido. No sólo la del caballo artista que repeinado y recepillado torea al desnudo y por derecho en las corridas de rejones los toros despuntados. Sino también la del anónimo caballo de pica que, vendado y embozado en discreto parapeto, tiene que vérselas con toros armados hasta los dientes, enteros y limpios, y sin escapatoria ni poder de renuncia.

Igual que el caballo de torear parece de otra pasta o de otra raza, el toro de rejones se ha acabado especializando con el tiempo. El encaste Murube por vía directa ha llegado a copar las grandes corridas de rejones de las ferias mayores. En Bohórquez está la quintaesencia de ese encaste. Por ejemplo, las hechuras, que no son una sola sino varias líneas, como pasó con el primero y el sexto de la corrida de ayer en Sevilla. Y la conducta, las de esos dos mismos toros. Noble hasta el infinito el sexto, que se arrastró sin orejas. Rajado inesperadamente el que rompió plaza pero como sin querer estar en ella. Y entonces, no hay caso.

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