Cultura

Entre un infierno de gañafones, Luis Vilches acaricia la gloria

  • El diestro sevillano cuaja una preciosa faena que malogra con la espada · La corrida del Conde de la Maza, muy peligrosa y astifina · Rafaelillo, con inconmensurable valor · Joselillo, voluntarioso

Los del Conde de la Maza fueron un mazazo para el espectáculo. Al menos, para el toreo de lucimiento de nuestros días. En el especial del Domingo de Resurrección explicaba que era incomprensible la inclusión de esta ganadería en la Feria de Abril. El tiempo me ha dado la razón. Encierro correoso, duro, con algunos galafates peligrosísimos y que tuvo como positivo su seriedad en la presentación, con toros muy astifinos. Ninguno propició el toreo de capa. La corrida precisó de agallas.

En medio de un infierno de gañafones y hachazos, Luis Vilches acarició la gloria del éxito. Cuajó una gran faena al quinto, pero la malogró por el mal uso de la espada; Rafaelillo fue todo corazón y valor y Joselillo, que tuvo en suerte el único potable, en el cierre, se perdió en una labor amontonada, de muchísimos muletazos y a la que le faltó calidad. En cualquier caso, el respeto, muy merecido, para los tres matadores de toros, que salieron por su pie y sin ahogarse en ese mar proceloso de oleadas y tornillazos.

Los únicos instantes estéticos llegaron de la mano de Luis Vilches, que reaparecía tras el cornalón tremendo que sufrió el pasado agosto en Cenicientos, capital del Valle del Terror. Sucedió con el quinto en la muleta, a la que llegó el toro con movilidad, pero sin entrega ni humillación. El utrerano deslumbró con un comienzo muy torero, gustándose en muletazos en los que metía los riñones y que cerró con un trincherazo de cartel. Otra serie con la diestra, en la que recogió al toro, con tendencia a salir suelto, tuvo mérito. Se arrancó la banda de Tejera con un pasodoble. Y el toro, ya rajado, salió de la siguiente con la cara alta, aunque siguiendo el engaño. Al lado de los cuatro barrabás que se habían jugado anteriormente, parecía una hermanita de la caridad. Pero el toro nunca fue franco ni se entregó. El sevillano cerró con una tanda con la zurda de cierta altura. El público, que supo valorar la disposición y el buen toreo, estaba totalmente entregado. Pero Luis Vilches falló con la espada y perdió un éxito cantado. Y van... Una pena. Estocada que salió por un costillar y bajonazo. Lo que era para premio acabó en una gran ovación que el torero escuchó, llorando, en los medios. Con su primero, una prenda que acometía a cabezazos unas veces y otras salía con la cara por las nubes, el torero se justificó en una labor seria y medida, en la que tampoco estuvo acertado con la tizona.

Rafaelillo fue todo corazón ante su lote, el peor y de pésimas ideas. Ante el que abrió plaza, un regalito, que cazaba moscas por el pitón derecho y se revolvía como un rayo por el izquierdo, tragó lo indecible en una faena porfiona, en la que se fajó con el animal. El murciano salió a tumba abierta ante el cuarto, al que quiso recibir con una larga cambiada de rodillas a portagayola. Tal como iba la corrida era jugar a la ruleta rusa, pero Rafaelillo tuvo al público con el corazón en un puño durante unos segundos que fueron eternos, en los que la fiera tardaba en salir y cuando lo hizo fue andando y buscando el bulto. El diestro se libró por reflejos de una cornada. Como principal arma para lidiar al toro mostró la de su vergüenza torera, en una faena en la que en más una ocasión pasó la frontera ante un galafate que parecía catedrático emérito en latín.

Joselillo estuvo voluntarioso ante el complicado tercero, que le arrancó la muleta de un hachazo cuando se la echó a la izquierda. Estuvo en más de una ocasión a merced del astado, a veces por su mala colocación. Se tiró como un león a matar, a topacarnero, y fue prendido a la altura del pecho, llevándose el toro parte de la camisa en su pitón derecho. Con el sexto, el más potable del peligroso encierro, se perdió en una faena con muchos muletazos, pero que no caló en ningún momento en el público. En este toro estuvo a punto de suceder una tragedia. El toro derribó en una oleada a Rafael Sauco y su cabalgadura, bajo la que quedó atrapado el varilarguero. La fiera miró al cuello del picador, sentado en la arena, atrapado. Se arrancó... pero en el camino se encontró con el cuello del caballo. Hacía allí partió cuando llegaron todos al quite, con Luis Vilches coleando al animal y Rafaelillo metiendo su capote, como ángeles salvadores.

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