Toros

Sevilla arropa a El Cid

  • El diestro de Salteras da la única vuelta al ruedo en un plúmbeo festejo · Ponce es silenciado en su lote · Talavante recoge una ovación en el tercero, ante el que dibuja los naturales de mayor calidad de la tarde

GANADERÍA: Se estoquearon cuatro toros de Puerto de San Lorenzo, desiguales en presentación y juego; los mejores, segundo y tercero, con nobleza, y fundamentalmente un quinto, de Ventana de San Lorenzo (misma casa ganadera), que destacó por su transmisión en la muleta. Como cuarto bis se lidió un sobrero de Toros de la Plata, altote y mansísimo. TOREROS: Enrique Ponce, de grana y oro. Media y descabello (silencio). En el cuarto, cinco pinchazos y dos descabellos (silencio tras aviso). Manuel Jesús 'El Cid', de tabaco y oro. Pinchazo y dos descabellos (silencio). En el quinto, entera desprendida (vuelta tras petición minoritaria). Alejandro Talavante, de lila y oro. Pinchazo hondo y pinchazo (saludos). En el sexto, pinchazo, media y tres descabellos (silencio). Incidencias: Plaza de toros de la Real Maestranza de Sevilla. Miércoles 21 de abril. Decimocuarta de la Feria de Abril. Lleno. Lluvia intermitente en la primera parte de la corrida.

El Cid, a golpe de corazón. El Cid luchando para recuperar el sitio. El Cid, en una faena dedicada a su padre, que también pelea con casta para finiquitar el toro más difícil de su vida. Todo eso sucedió en el quinto toro, con el hierro de Ventana, cuando las puertas del cielo se habían cerrado y había dejado de llover en una de las tardes más plúmbeas y con menos contenido artístico de la Feria de Abril. Un festejo casi insufrible, con tres horas de duración, en el que una de las ovaciones más grandes la recibió un espectador cuando increpó a la empresa: "-¿Dónde has comprado los toros, en los chinos?".

Camino del abismo, saltó el quinto toro, alto, engatillado, que cumplió sin más en los primeros tercios y que, con movilidad, destacó por su transmisión al perseguir la muleta. El Cid, en los medios, planteó batalla a su modo, en una faena en la que puso garra, pero faltó temple. Series cortas. Con la diestra dio muletazos estimables, con otros en los que andaba acelerado. Entre otras suertes, algún cambio de mano estimable. Con la zurda también arrancó aplausos de sus incondicionales. Abrió la espita de la esperanza. El público de Sevilla se entregó con el diestro de Salteras. La estocada algo caída tuvo efecto fulminante. Y afloraron pañuelos. El presidente no concedió el trofeo. Hubo en la petición más voces que pañuelos. El torero, emocionado, con la mirada vidriosa, tras ese paso en busca del horizonte anhelado, dio una vuelta al ruedo muy emotiva. Quizás, en su interior, pensaba que le queda un duro camino para remontar. Y que está dispuesto a ello. El apoyo moral del público sevillano, ayer, seguro que será decisivo para el torero.

El Cid, que contó con el mejor lote y está muy lejos de ese torero recio y seguro de su plenitud, no llegó exprimir al noble segundo, antes de que se rajara.

Enrique Ponce no logró nada positivo en su única tarde. Su primero, devuelto por flojo, fue sustituido por otro del mismo hierro, que no llegó a entregarse. El cuarto también fue devuelto por las mismas razones y en su lugar saltó un sobrero, de Toros de la Plata, de hechuras acaballadas, que en su comportamiento fue un auténtico mulo con cuernos. El valenciano lo pasó mal con la espada. En un par de entradas, el galafate, a la caza, le puso los pitones en la misma pechera.

Alejandro Talavante tampoco consiguió triunfar. No pudo lucirse con su primero, manso, que se rajó de inmediato. Apenas si pudo esbozar algún natural con calidad, con esa personalidad suya, en la que vuela la muleta con gusto y se mete el toro hacia dentro. Algunos de esos naturales fueron como soles bajo la lluvia. El epílogo fue en las tablas, siguiendo al manso, que ya se movía con aspereza. También dibujó preciosos remates, como su especial kikirikí. Como suele suceder, falló con los aceros. Con el sexto, parado, tardo y corto, la labor resultó anodina.

En la tarde se aburrieron hasta los vencejos, que se marcharon allá, a lo lejos y muy alto, huyendo de lo que sucedía en el mojado albero maestrante. Ni el arco iris sirvió como contrapunto bucólico a uno de los espectáculos más anodinos de esta feria.

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