Toros

Generosa puerta grande para López Simón en la última de San Sebastián

feria de San sebastián Ganadería: Seis toros de Juan Pedro Domecq, el primero lidiado como sobrero, de muy desigual presentación y cuajo, alguno demasiado terciado. La mayoría muy deslucidos por su escasez de raza y fuerzas, así como por una acusada endeblez. El quinto, de preciosas hechuras y gran clase, y el sexto, serio y con movilidad, sobresalieron. TOREROS: Enrique Ponce, pinchazo y dos descabellos (silencio); tres pinchazos, trasera y descabello (silencio tras aviso). Manzanares, estocada delantera (ovación); media desprendida (oreja). López Simón, bajonazo (silencio); estocada desprendida delantera (dos orejas). Salió a hombros. INCIDENCIAS: Entre las cuadrillas, Rafael Rosa saludó tras banderillear al quinto. Último festejo de la Semana Grande, con el 'no hay billetes' en taquillas, en tarde nublada y fresca.

La Semana Grande de San Sebastián se cerró ayer con la salida a hombros de López Simón, al que un amable público premió generosamente con las dos orejas de uno de los sólo dos buenos toros de la desrazada y endeble corrida de Juan Pedro.

Ni el coso de Illumbe ni su amable afición se merecían el desalentador final de feria al que hasta entonces abocaban la tarde los cuatro primeros toros de Juan Pedro Domecq.

La falta de raza, de fuerzas y, en algún caso, hasta de trapío de esos cuatro primeros ejemplares, más el sobrero que sustituyó al flojo primero, fueron como una triste losa que se fue cerniendo sobre la plaza en una tarde que algunos intentarán que sea la última con corridas en la ciudad.

Ni la larga experiencia de Ponce había logrado hacer medianamente interesante la lidia de un endeble sobrero que además se partió una mano a final de faena ni tampoco la del desrazado cuarto, que también acusó la lesión de una de sus extremidades.

El público acabó desesperándose después de que Manzanares toreara sin temple ni asiento a un segundo rebrincado pero manejable, y aún más con la tozuda insistencia de López Simón ante el blando y afligido tercero.

Pero, cuando todo parecía perdido, salió en quinto lugar un toro de preciosas hechuras que sacudió a la plaza del tedio y permitió a Manzanares hacer el mejor, y único, toreo de capa que se vio sobre la arena, con unas mecidas verónicas y un acompasado galleo por chicuelinas al paso.

Ahí fue cuando se dejó ver la calidad de las embestidas de este destacado juampedro, al que el alicantino luego no llegó a apurar con la muleta en una faena plagada de pausas y de paseos pero de muy baja intensidad en lo fundamental. Sin ambición en los pases, Manzanares dejó sin cuajar la clase de un toro que, cuando lo llevó realmente toreado, se evidenció especialmente por el pitón izquierdo. Cuando lo mató aún tenía otra buena docena de embestidas. Por eso le premiaron con una sola oreja de un toro que le puso en bandeja dos.

Y aún quedaba el sexto, que, sin tanta calidad, también se movió con entrega, nobleza y recorrido desde que López Simón le abrió el trasteo. Confiado en la buena condición del toro, el madrileño le puso a su trabajo más pasión y frescura que temple. La muleta iba a mayor velocidad que las embestidas, aunque la frenética ligazón de las series, sin respiros ni pausas, pesó sobre todo lo demás, incluso que la brevedad de los muletazos.

Ese punto añadido de chispa con el que Simón removió el ánimo del defraudado público fue la excusa perfecta para que la tarde no tuviera una triste despedida.

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