Feria de San Isidro 2021

Diego Urdiales marca las diferencias con la calidad del toreo más puro

  • El riojano cortó una oreja, mientras Roca Rey y Manzanares se fueron de vacío

Diego Urdiales con la muleta en Vistalegre.

Diego Urdiales con la muleta en Vistalegre. / Juanjo Martín (EFE)

El diestro riojano Diego Urdiales, que cortó solo una oreja pero dio una completa tarde de la más pura torería, marcó hoy notables diferencias durante la que estaba considerada como una de las corridas estelares de la feria de San Isidro que se celebra en el madrileño Palacio Vistalegre. A pesar de que decidió actuar con una fractura interna de la tibia derecha, producida hace una semana toreando en el campo, y de que era el torero menos conocido del cartel de cara al gran público que llenó la plaza por primera vez en la feria, quienes presenciaron las dos faenas de Urdiales seguro que ya no olvidarán su nombre.

Y es que el toreo tiene estas cosas: que la masa más festiva acude a dejarse ver en los tendidos al reclamo de los toreros de moda y, de repente, se encuentra con un maestro que les enseña con toda naturalidad la trascendencia y la belleza del toreo más puro y clásico, ajeno a las tendencias y a las formas que se suceden en cada época del toreo. Porque exactamente eso es lo que sucedió hoy en Vistalegre, una plaza nueva pero acostumbrada a las grandes faenas, ya desde que el torero de Arnedo abrió su suelto capote para salirse a los medios con el primero con media docena larga de mecidas y sabrosas verónicas, para rematar con una clamorosa media en la misma boca de riego. Más o menos como las que interpretó también en el turno de quites.

Lástima que el de Victoriano del Río, solo bravucón, se le rajara descaradamente a la segunda serie de muletazos, porque, a tenor del ralentizado e intenso ritmo que tuvieron los primeros, la faena de Urdiales apuntaba a gran obra antes de que tuviera que cortarla con una elegante suficiencia. El cuarto, un fino toro de pelo sardo, no le permitió, en cambio, lucir con el capote pero sí con la muleta, y no tanto por las facilidades que puso el animal, que fueron pocas con su escaso fondo de raza y su poca entrega, sino porque Urdiales fue equIlibrándole y alargándole las embestidas gracias a despliegue técnico del que no alardeó, que solo vio el toro, porque lo envolvió en una eterna estética torera.

A falta de mayor acople por el peor pitón izquierdo, el trasteo tuvo sobre todo cuatro tandas con la mano derecha realmente completas de compás, sutileza y hondura, por la forma en que Urdiales se fue con el pecho tras cada embestida mejorada por esas muñecas dulces que llevaban la batuta, tanto en lo fundamental como en los adornos, tal que los tres soberbias ayudados con que abrochó una de las tandas. La única oreja que paseó, aunque se le pidiera con fuerza una segunda, no sirve para aquilatar la verdadera importancia de la actuación del riojano, que dejó en evidencia, a pesar de la resistencia de los "fans", tanto el "moderno" concepto como la capacidad técnica de sus dos compañeros de afamado cartel.

Ni José María Manzanares, destemplado e impreciso con su buen y enclasado primero y con el flojo cuarto, ni el peruano Roca Rey, pese a sus esfuerzos y a su machacona tendencia al efectismo y a la dureza de trato con sus enemigos, lograron superar al veterano maestro, que hoy dictó otra lección en la otra cátedra madrileña, donde Mario Vargas Llosa, entre famosos del más variado pelaje, fue un oyente de excepción.

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