Crítica de la segunda temporada

¿Qué es lo que va a encontrar el espectador en 'La peste'?

  • La historia se convierte en un gigantesco lienzo, con fotografía pictórica, para la violencia y dignidad de los habitantes de la Sevilla del siglo XVI

Luis Callejo, Conrado en 'La peste',  en una escena de violencia en esta segunda temporada

Luis Callejo, Conrado en 'La peste', en una escena de violencia en esta segunda temporada / Movistar

Un showrunner de Hollywood caería en la tentación de colocar un remedo de coche de policía entre el estiércol y la gallinas de la Sevilla de La peste. Los anacronismos se apoderarían del argumento y los vestuarios, por ejemplo, profundizarían en la teatralidad para que este claro juego de buenos y malos se aproximara aún más al aspecto de una película policíaca de Jason Statham.

Por fortuna, en honor a las credenciales, el director creativo Rafael Cobos se aferra a un rigor razonable y a unos modos de novela clásica para que la serie de la Sevilla imperial mantenga su identidad originaria pero con unas tramas más esquemáticas y reconocibles y sin tanto esoterismo. Lo dicho, una historia de buenos, malos y también de mujeres empoderadas. Por momentos parece una versión antecesora de La otra mirada.

Movistar + incorpora hoy viernes 15 bajo demanda los seis nuevos capítulos de La peste, con dos entregas firmadas por Alberto Rodríguez y cuatro por David Ulloa. La serie más vista de la plataforma de Telefónica perfila sin romper. Mantiene la curiosidad, la didáctica y momentillos gore. Promete más luz y se ve mejor. Augura más acción y así es. El estilo permanece aunque ya no se prodiguen tanto las velas ni los claroscuros, en aquel exceso de verosimilitud. La peste no renuncia a ser un inmenso lienzo, con escenas de textura pictórica. Con escenas disfrazadas de luz barroca, como cuadros de Murillo y Zurbarán (un admirable trabajo en vestuario y ambientación). También hay nieve a lo aventura extrema y muchos retazos de western. Y el acento andaluz, que no se podría renunciar cuando se aspira a ser en este caso una ventanilla de la Historia, se extiende por los habitantes pero sin ser una obcecación folclórica.

Aunque los personajes y rasgos de las tramas permanecen de la anterior temporada, La peste 2 tiene vida propia y se lanza desde que Federico Aguado aparece como Elliot Ness, un justiciero administrador del cabildo que hace frente a la mafia, a La Garduña, haciendo frente al crimen organizado, al mercado negro, para que la economía fluya, y desmontando el negocio de la prostitución. Y aquí entra el papel de Patricia López Arnaiz, contagiado de su antecesor trabajo en La 1, como guardiana de estas prostitutas refugiadas en pos de la esperanza. Y de nuevo América es el horizonte, de donde viene Mateo, el lacónico personaje a cargo de Pablo Molinero. Valerio, el hijo, a cargo Sergio Castellanos, tiene un recorrido propio.

Junto a Aguado, un personaje que se amplía y otro que se incorpora a las tabernas están bien custodiados por sus respectivos intérpretes, Jesús Carroza un tipo frío de ambiciones inciertas, Baeza;y, sobre todo, Julián Villagrán, como Flamenco, un toxicómano delirante capaz de falsificar lo que le pongan por delante. En este caso el desdentado flamenco de Flandes conjuga un acento entre Cruyff y El Cigala. Villagrán es de los que saca partido extra a sus papeles.

No es televisión de palomitas ni para paralizar las redes sociales. A La peste. La mano de la Garduña le pesa su carácter descriptiv como intriga psicológica, que se ve autoexigida también a mantener, sin conseguirlo del todo, un espíritu palpitante, excitante.

Predomina el desasosiego sucio de una ciudad tan desequilibrada en la riqueza, un polvorín social, impregna este Nueva York de El padrino en el paisaje del Tenorio.

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