El problema de Cuatro viene desde hace ocho años: desde que Mediaset se hizo a tocateja con la cadena de Prisa. No supieron, o no quisieron, aprovechar las señas de identidad de un canal que llevaba por entonces seis años haciéndose un hueco cuando había menos competencia. Se prefirió "telecinquear" y al cabo del tiempo lo que les funciona mejor es First Dates. Le han ido agregando incluso rémoras para la marca como Mujeres y hombres. Cuatro, cadena privada de segunda generación, nació poco antes de La Sexta como canal moderno, progresista, inconformista e innovador. Cualidades que se han ido diluyendo con los años entre cenas, Gipsy Kings y mundos tróspidos. La Sexta gana esa batalla particular porque tomó ventaja en el papel de incansable contadora de la actualidad mientras que Cuatro ha estado embarcada en redifusiones de series planas por la mañana y por la tarde, con la puntilla de zanjarle Las mañanas. Se parecía más a FDF y Energy que a la (descarada y experimental) Cuatro de 2005.

En una cadena que ha perdido su sitio hace tiempo no es tan grave que no tenga noticiarios al uso si es capaz de compensarlos con más horas en directo y actualidad, aunque sea copiando sin disimulos del examen de al lado, de Atresmedia, donde han rentabilizado muy bien la compra de una cadena arruinada como era La Sexta.

Cuatro al día y sus avances a modo de informativos son una opción para reanimar una cadena. Incluso por ahora no están desenfocados en el punto de vista. El cajón de sastre de Carme Chaparro es más interesante que casi todo lo que se ofrece a esas horas de seriales, documentales, alfajores y series repetidas. Incluso le sirve al seguidor de Más vale tarde para purificar el aire del televisor cuando los de Mamen Mendizábal se espesan con tanto Franco y podemismo. En una cadena sin hábitos para arraigar, como es Cuatro, a su magacín vespertino le va a costar calar. Pero no es un mal programa. A ver qué sucede antes: si aumenta la confianza del público o se dispara la impaciencia de los directivos.

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