Calle Larios

No lo llamen 'desbandá'

  • Por mucho que a los malagueños nos gusten las expresiones particulares, igual podemos optar en este caso por una solución más fidedigna y, de paso, más respetuosa con las víctimas de la masacre

  • Málaga: quedarse fuera

Aquellos refugiados, como los de hoy, merecen un nombre más honroso.

Aquellos refugiados, como los de hoy, merecen un nombre más honroso. / M. H.

En los últimos días he mantenido distintas conversaciones, espontáneas, imprevistas y en contextos diferentes, con diversas personas que no comparten lazos y que ni siquiera se conocen, sobre la desbandá. Han confluido varias circunstancias para ello, como la magnífica exposición recientemente clausurada en el Centro Cultural de la Fundación Unicaja y el primer Congreso Internacional de Educación en Memoria Histórica y Democrática, celebrado en la Facultad de Ciencias de la Educación hace unos días. El episodio histórico de febrero de 1937 suscita así un interés notable en este tiempo, en parte porque lo que las sucesivas investigaciones permiten dilucidar van confirmando que aquel infierno fue mayor incluso de lo que advertían las lecturas más tremendistas; pero también porque, tal y como he podido comprobar en esas conversaciones, y a poco que se saque el tema en cualquier foro, la mayoría de los malagueños del presente conservan en su memoria un testimonio directo de un familiar o de alguien cercano que viviera aquellos acontecimientos de manera directa. Podemos confiar en que este interés seguirá creciendo: los testimonios recabados en los últimos años por instituciones como la Asociación para la Recuperación de la Memoria Histórica y la Universidad de Málaga darán que hablar todavía, necesariamente, bastante más allá de pasado mañana. Queda aún mucho por saber, pero más aún por divulgar lo que ya se sabe, lo que debería tener consecuencias tanto a nivel jurídico, en la aplicación de la Ley de Memoria Histórica, como científico, en virtud de una reconstrucción histórica fidedigna, verificable y exenta de manipulaciones partidistas. No deja de resultar lamentable, lo sabemos, que este impulso haya llegado aquí demasiado tarde, en comparación con otros territorios de España que sufrieron masacres comparables durante la Guerra Civil. Pero también sabemos que, a diferencia de lo que se dio en esos otros territorios, a los dos bandos implicados les interesaba en grado sumo que lo sucedido en Málaga, de una gravedad a duras penas imaginable, no trascendiera: un bando organizó y ejecutó el ataque a la población civil y el otro dejó a esa misma población abandonada a su suerte. Hubo aquí, si se quiere, un acuerdo nunca suscrito entre quienes ganaron la guerra y la perdieron con tal de que el asunto no se airease demasiado. Y el acuerdo salió bien: la tragedia de Málaga quedó relegada a lo anecdótico y pasó a ser conocida como la desbandá mientras localidades como Guernica, donde sí resultaba mucho más fácil distinguir con claridad y sin remordimientos entre víctimas y verdugos, se convertían en emblemas inequívocos de la barbarie.

La expresión responsabiliza a las víctimas de su demencia y evita llamar por su nombre a las razones del éxodo

Hoy debemos el uso común del término desbandá, en gran parte, al libro de gran éxito de Luis Melero, pero en su momento fue el nombre escogido para referirse al suceso por parte de quienes habían ganado la guerra. En este sentido, no hay nada que objetar: en cualquier guerra, quienes se proclaman ganadores (partiendo de la premisa de que nadie tiene aquí nada que ganar) se reservan el derecho a imponer el discurso y el lenguaje. Pero, seguramente por los motivos antes expuestos, la expresión fue alegremente asimilada también por quienes perdieron, que pasaron a emplear el mismo término para referirse a la masacre. No por ello, sin embargo, la palabra en cuestión pierde la intención con la que fue acuñada, que no es otra que la de ridiculizar a las víctimas, esto es, a quienes emprendieron la huida por la carretera de Almería. Mi padre, que tenía ocho años cuando cayeron las bombas y que era hijo de un falangista acérrimo, recordaba que en la posguerra se decía que la gente se había vuelto loca, que se había extendido una especie de sugestión demencial por la que a muchos les dio por salir corriendo cuando no había motivos para ello siempre, y así lo subrayaba mi padre, que no hubieras hecho nada malo. Cierto poeta insigne de la Málaga cultural se refería al episodio en estos términos: “Algo habrían hecho”. Y lo cierto es que la apelación a la locura se da, siempre, en todas las grandes intervenciones militares en las que se masacra a la población civil, lo mismo en Argentina, que en Chile o en Bosnia, incluso ahora en Ucrania por parte de ciertas autoridades rusas ante el éxodo masivo de refugiados. Las masas salen por pies despavoridas porque se les cruzan los cables. En este sentido, la opción por la fórmula desbandá entraña una solución redonda. El sustantivo responsabiliza directamente a las víctimas de su demencia, de su empeño en huir de manera descontrolada, pero evita llamar por su nombre a la razón del éxodo, es decir, a un ataque militar indiscriminado contra la población civil y a aquel empeño expresado a las claras por Queipo de Llano: os buscaremos debajo de las piedras. 

Los malagueños, qué le vamos a hacer, somos muy de referirnos a la realidad con nombres particulares e intransferibles

Los malagueños, qué le vamos a hacer, somos muy de referirnos a la realidad con nombres particulares e intransferibles. Llamamos taró a lo que todo el mundo llama niebla porque así presumimos de cierta categoría. Siempre he pensado que, si en lugar de expresiones populares, dispusiéramos de todo un idioma propio, dejaríamos en mantilla a los independentistas catalanes a la hora de imponerlo con la mayor intransigencia. Ningún otro municipio tuvo durante la Guerra Civil una desbandá como la nuestra, así que aquí vamos, luciendo el nombre en la solapa allá donde nos conviden. Sin embargo, si se trata, por una parte, de prodigar el mayor respeto a las víctimas y, por otra, de establecer una terminología que con la mayor ambición histórica y científica, sin apelar a imposturas sentimentales ni a nativismos exclusivos, y con la intención de reconocer la tragedia en toda su dimensión nacional e internacional, llame a las cosas por su nombre, igual podemos acometer la osadía de cambiar los términos. Cada vez son más los historiadores e investigadores que vienen insistiendo en esto y va siendo hora de hacerles caso. Convendría, entonces, dejar la desbandá bien aparcada y optar por una solución más real y fiel al suceso. Por ejemplo, y sirva como propuesta, podríamos empezar a hablar del Bombardeo de Málaga. Así de fácil. En cualquier caso, si la palabra hace, que sean las palabras justas. Las necesarias.     

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