El Rey abdica

La hija de reyes que nunca rompió el guión

  • Doña Sofía. La desconocida princesa griega que se casó con don Juan Carlos hace 52 años es hoy -pese a los envites, o precisamente por ellos- la figura mejor valorada de la Corona.

Tan acostumbrada tenía doña Sofía a la opinión pública a hacer siempre lo que se esperaba de ella -"es una gran profesional", definió el Rey a su esposa- que cuando trascendió que se había desplazado a Washington a visitar a su hija la infanta Cristina, a sus nietos y a su yerno Iñaki Urdangarín, en plena efervescencia del caso Nóos, hubo quien interpretó este gesto como un desafío de la Reina -en su versión de madre y abuela- a la propia estrategia de la Casa Real. Un mapa de ruta tejido a trompicones para taponar la hemorragia del descrédito generado por la sucesión de escándalos que ha desembocado, en parte, en la noticia con la que se despertó España este histórico 2 de junio de 2014.

Corría el mes de diciembre de 2011 y la portada de la revista ¡Hola!, que captaba el distendido encuentro familiar en Estados Unidos ajeno a las tensiones y al dramadel paro de España, sirvió de excusa para apartar a un lado ese cortinón adamascado tras el que se había escondido lo mundano de la vida en La Zarzuela. Fue entonces cuando los que escriben, opinan y analizan sobre la salud de la Monarquía miraron dentro sin (tanto) pudor como décadas atrás...

Y allí estaba la Reina.

La institución frente a la mujer. "No somos Reyes de ocho a tres", ironizó alguna vez la primogénita del rey Pablo I de Grecia y la reina Federica.

52 años casada con Juan Carlos de Borbón. 39 como reina de España. 75 años cumplidos el pasado 2 de noviembre. Madre de tres hijos, abuela de ocho nietos. Acompañante perfecta en centenares de viajes oficiales por todo el mundo al lado de su marido y otros tantos destinos y actos en solitario, muchos de la Fundación Reina Sofía, a favor de la visibilización de los dramas cotidianos y las grandes tragedias humanitarias a los que ha prestado su imagen. Y su sonrisa. Esa sonrisa, profesional pero empática al fin -de la que debería aprender doña Letizia, según insisten en subrayar los analistas de la Corona- que ha venido a tapar elegantemente la melancolía de quien busca refugio en el trabajo y la familia frente a lo que hace mucho se perdió en la intimidad de palacio.

La educación frente a los impulsos. Su formación alemana casa muy bien con su carácter reservado, casi introspectivo -la Reina no tiene amigas, sólo confía en su hermana Irene, ha escrito Pilar Eyre en La soledad de la Reina- nada propenso a hacer saltar por los aires el guión que cabe esperar de la consorte del Rey de España. Pese a los envites -o precisamente por ellos-, doña Sofía es hoy la mejor embajadora para los españoles (con una nota de 7 sobre 10) y por delante de su hijo (6,8) y el Rey (6,5), según el barómetro 2012 del Instituto Elcano.

Pocos borrones figuran en su hoja de servicio, a excepción de la publicación en el otoño de 2008 del libro de Pilar Urbano La Reina muy de cerca en el que, según la periodista, la madre de Felipe VI opinaba contra el matrimonio homosexual, el aborto o la eutanasia. La Casa Real se apresuró a desmentir lo publicado y a advertir que se trataba de "supuestas afirmaciones que, en todo caso, se han hecho en un ámbito privado y no corresponden con exactitud con las opiniones vertidas por su Majestad".

Más o menos ajustadas a la realidad, las opiniones del libro vinieron a confirmar toda una obviedad: efectivamente, la reina Sofía siente y padece. Y tiene opinión. Aunque por respeto a la institución, la suya haya quedado supeditada a la de su marido y, sin traumatismos, haya asumido todos estos años su papel secundiario en la Corona. "Ella no sólo ha sido siempre la compañera fiel, la esposa leal y la persona que ha permanecido a mi lado: es que ella ha estado siempre de mi parte. En todas mis luchas. En todas mis dificultades. Y, como decimos entre nosotros, cuando aquí no éramos nadie".

Estas palabras, pronunciadas por don Juan Carlos en una entrevista con Pilar Urbano -autora también de la biografía autorizada La Reina de 1997- ejemplifican su papel en los 39 años de reinado de don Juan Carlos, ganándose el respeto de un pueblo que a su llegada la recibió como una desconocida.

Para cuando contrajo matrimonio en Atenas el 14 de mayo de 1962, en la España franquista poco se sabía de su infancia trasegada entre países desde que en la primavera de 1941 las hordas de Benito Mussolini camparan en su Grecia natal. Escapó entonces junto con el resto de la Familia Real helena y pasó cinco años en el exilio con primeras escalas en Creta, Alejandría, El Cairo y Ciudad del Cabo, hasta que pudo volver a su país una vez acabada la Segunda Guerra Mundial.

Viajera empedernida, vegetariana y activa defensora de los animales, la suya ha sido una personalidad fraguada en continuo contraste a la de su marido, al que conoció en un crucero en las islas griegas en 1954, aunque el noviazgo tardó en llegar seis años más. El reencuentro definitivo sería en la boda de los duques de Kent, en Londres, en 1960, donde las biografías consensuadas sitúan el principio de una relación rubricada en 1962 hasta en tres ocasiones, por el rito ortodoxo y por el católico en la Catedral de Atenas y una ceremonia civil en el Palacio Real; una relación larga con múltiples y borbónicas puertas abiertas que han sido de dominio (más o menos) público al que la alemana Corinna Zu-Sayn Wittgenstein ha venido a sumarse en último término.

Con un sueldo fijo asignado desde el pasado febrero de 131.739 euros anuales -enmarcado en una nueva política de transparencia de la Casa Real-, la noticia de la abdicación le llega a la Reina en esa etapa de la vida en que, liberada del primer plano, parece que quiera entonar "Ya era hora, ahora me toca a mí".

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