Sociedad

Un santero y un pescador se acusan mutuamente por un crimen pasional

  • Un joven con el que formaban un triángulo amoroso fue asesinado a golpes con un loro de piedra en Barcelona.

Un santero cubano y un pescador del Maresme se han acusado mutuamente de haber matado a golpes con un loro de piedra a un joven con el que, al parecer, formaban un confuso triángulo amoroso en la trastienda de un local de esoterismo de Pineda de Mar (Barcelona).

La Fiscalía acusa por igual al vidente, Carlos Oswaldo B., y al pescador, Marcos Antonio C., del homicidio del joven, ocurrido entre el 14 y el 16 de mayo en la tienda de esoterismo -donde residían los tres pese a que sólo había dos sofás y ninguna cama-, y pide para cada uno de ellos una condena de doce años de prisión.

Al santero, además, el ministerio público le solicita otros ocho años de prisión porque sospecha que, tras el homicidio, también golpeó a Marcos Antonio C. con la figura del loro, que pesa entre 15 y 20 kilos y que, para enojo del tribunal, los funcionarios se han negado a llevar a la sala de vistas alegando que requería transporte especial.

En el juicio, los acusados han tratado de sacudirse las culpas y se han incriminado mutuamente en el asesinato en unas oscuras y contradictorias declaraciones que han dibujado ante el tribunal una rocambolesca trama de sexo, brujería, violencia y hasta tráfico de drogas a medio camino entre el culebrón sudamericano y un bestseller de conspiraciones esotéricas.

Los dos acusados y la víctima, según se deduce de su testimonio, formaban un extraño triángulo amoroso y vivían en la trastienda del negocio de esoterismo Chango que Carlos Oswaldo B. tenía en Pineda de Mar y en el que murió golpeado el joven Javier Galera, quien había contactado con el vidente para pedirle ayuda para forzar a su ex novia a volver con él.

A juzgar por los análisis forenses, el chico murió asesinado entre el 14 y el 16 de mayo en la misma tienda y en las noches siguientes los acusados durmieron en ella, entre el hedor procedente del cadáver, hasta que el 18 de mayo se descubrió el cuerpo.

Un detalle que ha sorprendido hasta a la propia sala, avezada como está a las historias truculentas, y ha llevado a su presidente, Josep Maria Pijoan, a espetar a uno de los procesados: "a este tribunal le cuesta entender que durante tres días usted estuviera allí y no viera el cadáver".

Marcos Antonio C., que a diferencia del otro imputado está en libertad provisional, ha lanzado sospechas sobre el santero, quien, según su versión, lo embaucó con sus artes de brujería hasta lograr tenerlos sometidos a él (del que también abusaba sexualmente), a toda su familia y también a la víctima.

"Era como si fuera una secta, hacía con nosotros lo que quería con sólo una mirada", ha añadido el fornido pescador, tras contar que el vidente lo golpeó en la cabeza con el loro mientras oficiaba un ritual para "bajarle el espíritu" en el que no faltaban las plumas y las reproducciones de deidades yorubas.

La versión del santero es radicalmente opuesta: es la familia del otro imputado, un clan de pescadores que posee una pequeña flota, la que lo tenía subyugado y, después de que Marco Antonio C. cometiera el asesinato, trató de obligarle a ahorcarse dejando una grabación en la que se autoinculpaba del crimen.

Al borde de las lágrimas, el vidente ha asegurado que amaba al fallecido y ha relatado que la madre de Marco Antonio C. le acosaba sexualmente y en el pasado le había sometido a juegos sexuales sádicos, mientras acusaba al pescador de ser un celoso compulsivo y un obseso del espiritismo y la brujería.

El pescador, según la versión del santero, habría matado al joven Javier Galera celoso de la relación sentimental que ambos mantenían y para evitar que la víctima delatara a su familia contando los negocios de tráfico de drogas y blanqueo de dinero con los que completaban sus ingresos procedentes de la pesca.

Incapaces de ir al grano, los acusados han adornado sus relatos con un sinfín de ingredientes más propios, como ha señalado el propio Pijoan, de un guión cinematográfico: un ahorcamiento al lado de una ermita, ceremonias esotéricas para provocar un aborto o ahuyentar espíritus y escenas de sexo y de amor.

Una trama tan inescrutable que ha llevado al presidente del tribunal a tirar la toalla y a advertir a las partes de que la sala obviaría las declaraciones de los acusados y sólo tendría en cuenta los datos objetivos para enjuiciar el caso. "Yo me rindo, si a partir de ahí ustedes consiguen algo más...", ha confesado.

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