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Y de pronto, una zurda de seda

  • Álvarez recibe hoy el IV Dorsal de Leyenda "orgulloso y nervioso" entre recuerdos de su dilatada carrera.

  • "A nuestro equipo le faltó la exigencia de Del Nido", dice.

Antonio Álvarez celebra con Kanoute la Copa del Rey de 2010.

Antonio Álvarez celebra con Kanoute la Copa del Rey de 2010. / antonio pizarro

Como entrenador logró lo que no pudo como jugador. El 19 de mayo de 2010, en el Camp Nou ante el Atlético de Madrid, Antonio Álvarez le dio al Sevilla el sexto título del siglo XXI. Luego la exigencia de un equipo subido en la montaña de los éxitos lo obligó a ver los toros desde la barrera. Hoy tendrá que bajar la mano izquierda y torear el morlaco de las emociones fuertes. Recibirá el IX Dorsal de Leyenda. El Sevilla premia la elegancia de un futbolista distinto, un defensa de empaque que triunfó con su zurda de seda, que, de pronto, aparecía como de la nada para salvar como último recurso el ataque más letal.

Antonio Álvarez Giráldez (Marchena, 10-04-1955) fue futbolista casi por casualidad. "Hice mis escarceos en el Nervión, que era filial del Sevilla, me fui a Alemania y no pensaba ganarme la vida como futbolista. Pero hice la prueba gracias a que mi padre, que intuía que yo podía jugar al fútbol, habló con Pepillo, el legendario Stuka, que era vecino nuestro. Y me quedé en el Sevilla". No es por casualidad que el Sevilla inscriba el nombre de Álvarez entre sus dorsales legendarios. "Estoy muy contento y orgulloso de entrar en ese selecto club, todavía no me veo capaz de canalizar lo que supone recibir la máxima distinción de un club con más de 100 años de historia".

Álvarez, con el ánimo templado después de tantas batallas, se imagina ya en el antepalco del mismo estadio que tantas veces ovacionó su limpio corte, su arrancada elegante o su recorte y su centro medido. "Es un acto muy emotivo y uno no es de piedra, me aflorarán los nervios, son muchos recuerdos. Con un balón me siento más cómodo. Esa aglomeración de compañeros, familiares, amigos, conocidos y todos pendientes de ti...", imagina.

"Son nervios de satisfacción, totalmente diferentes a los de mi debut", dice al recordar el primero de sus 370 partidos con el Sevilla. "Fue el último partido del Sevilla en Segunda División con Roque Olsen (74-75), un Sevilla-Mallorca que ganamos 2-1. Yo estaba habituado a jugar con el filial, y hacerlo con el estadio lleno, con el equipo ascendido... Fue un debut muy bonito". Quedó marcado por el entrenador que le abrió las puertas del Sevilla, y también por el que le dio el dorsal 5 en propiedad: "Me marcó el del filial, Santos Bedoya, un fenómeno, un adelantado de la época. Y otro con el que me he sentido muy a gusto e identificado fue Manolo Cardo".

Con el coriano el Sevilla regresó a Europa tras más de una década de sequía. "No habíamos jugado en Europa, el partido en Sofía con el Levski Spartak fue impresionante (0-3), y sobre todo me quedo con el del PAOK griego, que marcó mucho a todo el sevillismo: 4-0 con el campo lleno".

Por aquel entonces recibió el apodo de Mariscal del área."No sé quién me lo puso. También me llamaron El Kaiser, porque era un poquito como ese grandísimo jugador que fue Beckenbauer. Cualquiera de los dos apodos me enorgullecen". En su fútbol no cabía la patada ni el voleón: "Yo no iba al choque, era muy intuitivo, leía la jugada un segundo antes de que el adversario la jugase y quizá no me hacía falta esa entrada".

De aquel Sevilla se queda con la filigrana de... "He tenido grandísimos compañeros, pero uno que era de arte y de fútbol era Enrique Montero, idolatrado por el sevillismo por su manera de entender el fútbol. Y he jugado con grandísimos defensas. Me gustan los dos estilos de defensa. Imagine lo que ha sido Gallego en el fútbol, Rivas, Serna... Y entrenando, Javi Navarro, Pablo Alfaro, David Castedo... Y con el que siempre me he sentido más identificado ha sido con Julien Escudé". Seda andaluza y terciopelo francés.

También vivió en primera persona, como segundo entrenador, el giro abismal del Sevilla de los títulos. "El cambio sustancial surgió con Joaquín Caparrós y con Roberto Alés, que dio tranquilidad. Pusieron la primera piedra y luego con magníficos jugadores surgió ese gen competitivo, el hábito de ganar títulos. Y otra persona que influyó muy directamente fue José María del Nido, con esa ambición. Posiblemente a nuestro equipo nos hubiese hecho falta esa exigencia o el creérnoslo, no jugar para ver si nos metíamos en la UEFA".

En su memoria quedó la frustración de no debutar con España. "Iba a ser titular en el España-Islandia, clasificatorio para la Eurocopa del 84, y me lesioné".

No olvidará cómo se las gastaba Hugo Sánchez. "Fue el delantero más complicado. No te buscaba en el uno contra uno, pasaba por tu lado, te tocaba un poquito y tal. Pero era difícil cazarlo, porque no retenía el balón, jugaba al primer toque y en cuanto te descuidabas, ya te había cogido las espaldas".

Pero lo que tiene grabado a fuego es que el Sevilla es su afición, la de ahora y la de hace 40 años, cuando empezó a jugar. "La afición del Sevilla ha sido nuestro gran patrimonio. Es exigente pero agradecida cuando ve que el equipo se entrega. Entonces estaba resignada a tener la ilusión de meternos en UEFA y la actual ha vivido unos momentos de gloria que no entraban en la cabeza de nadie".

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