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Los ganadores no entienden de transiciones

  • Ni las ventas de sus estrellas ni los relevos en la presidencia frenan a un Sevilla que convirtió 2014 en uno de los mejores años de su historia. El título de Turín y el traspaso de Rakitic quedarán grabados.

Casi de manera paralela a la que la legión de inconformistas ha ido creciendo, el Sevilla fue convirtiendo en histórico un año que quedará en los anales como uno de los más gloriosos desde la fundación del club en 1905 y en el que pasaron cosas de enorme calado en lo deportivo y fuera del verde. Un cambio de presidente -con traumática salida encima del mejor dirigente en sus 109 años de vida- y un título europeo son suficientes argumentos como para que 2014 sea recordado, tanto o más que 2010, 2007 ó 2006, marcados todos ellos en rojo en la historia contemporánea de un club que ha pasado por múltiples vicisitudes en su larga andadura.

Pero ya el hecho de que Ivan Rakitic elevara al cielo de Turín el cuarto título europeo desde aquel mágico mayo de Eindhoven justifica que el año que está a punto de acabar no se borre nunca de la memoria de los sevillistas que tuvieron la suerte de vivirlo.

Una vez más el Sevilla demostró que en lo deportivo no entiende de transiciones. Ni en lo deportivo ni en lo social e institucional, pues el relevo de José María del Nido en la persona de José Castro se hizo de la forma más natural posible y como mejor debe hacer una entidad deportiva: bien adobado con éxitos. Ni un episodio tan traumático como la entrada en la cárcel del presidente con el que ganó seis títulos (comienzos de febrero) ha frenado a un club que rueda con un modelo ya asimilado y que desde hace años se basa en la venta de sus jugadores más importantes para revalorizar a sus nuevos activos.

En este caso, si en 2014 nadie echó en falta figuras consagradas como Jesús Navas o Negredo, el traspaso de Rakitic, el líder del equipo que llegó a su tercera final de la UEFA Europa League para ganarla no hizo más que mantener el círculo abierto, el círculo que continuarán y mantendrán otros. Krychowiak, Bacca... son los ídolos de una afición que, si bien es cierto que se descontenta con la severidad de su propia exigencia, también se encandila pronto con nuevos peloteros si son buenos. De eso Monchi sabe un rato y tiene en Emery el hacedor perfecto.

El año dio muchas más alegrías que disgustos a la infantería nervionense, que se temía lo peor allá en enero cuando Castro accedía a la presidencia. Pero si en la Liga el modelo del técnico de Fuenterrabía iba empezando a carburar un par de meses antes, allá por enero el Sevilla, que había llegado a estar colista, ya figuraba séptimo en la tabla. De febrero (el día 10) data la última derrota liguera de los blancos en el Sánchez-Pizjuán y en Europa la trayectoria invitaba a pensar en cotas importantes.

A la fase de grupos casi ni se le daba importancia porque era una obligación ser primero y lo mismo iba a ocurrir en la primera eliminatoria a doble partido ante el Maribor esloveno, pero una de las noches para el recuerdo iba a llegar en el mes de marzo con una remontada imperial ante el Betis en el primer euroderbi de la historia del fútbol sevillano.

Entre críticas hacia Emery y su planteamiento todo parecía abocado al segundo desastre del curso (el anterior fue en la Copa del Rey frente al Racing) tras un 0-2 que dejó helado Nervión. Pero la heroica reacción del equipo sevillista en la vuelta de Heliópolis empezaba a dar una muestra de la raza de los gladiadores de rojo. Beto, en una tanda de penaltis colosal, empezaba a forjar una leyenda que tuvo más continuidad en la final de Turín ante el Benfica, una cita para la que no faltarían sobresaltos parecidos por el camino, en el que el Sevilla eliminó a un grande de Europa como el Oporto y a un Valencia al que apeó en semifinales en el tiempo de descuento cuando todo parecía perdido y apareció la cabeza milagrosa de Mbia. Pero cualquier sufrimiento valió la pena si el sevillismo pudo vibrar con otro título para sus vitrinas, lo que desató una locura que los aficionados ya creían olvidada.

En la Liga, el equipo de Emery volvió a meterse en Europa, antes de que el verano entrase en su tónica prevista. A la venta de Rakitic al Barcelona, tan cantada como bien gestionada en su último año de contrato (20 millones), siguió la de Alberto Moreno (18,5 al Liverpool) y ni la espantada de Fazio alteró los pulsos a un club que sabe muy bien su camino. En la Supercopa de Europa en Cardiff llegó otra ilusión para la afición. No pudo ser y la temporada siguiente comenzó igual. A buen ritmo y con el Sevilla en su sitio, Europa.

Castro, el presidente más precoz

Nunca jamás un presidente en la historia del Sevilla tardó menos en ver a su equipo ganar un título desde que accediera al cargo. José Castro fue ratificado por el consejo de administración en enero y en mayo ya había tenido que abrir la vitrina para guardar una copa de campeón, la tercer Europa League. El que fuera vicepresidente con Del Nido y que llegara al club de la mano de Roberto Alés protagonizó un relevo de lo más natural. El club, lejos de entrar en la inestabilidad quizá lógica en las circunstancias que motivaron la marcha de su predecesor, continuó funcionando como si nada hubiera pasado.

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