La esquila

El gesto

La pasada Semana Santa tuvo lugar un hecho que se comentó mucho en su momento pero que durante el año apenas ha tenido trascendencia. Intento resumirlo brevemente: el Jueves Santo, tras esperar un tiempo prudencial ante la aparente mejoría del tiempo, dos cofradías salen y se encuentran en una esquina. Una de ellas, la más numerosa, ya tiene algunos nazarenos ocupando la calle en la que coinciden ambas, pero, ante la sorpresa del público allí congregado, retrasa a esos hermanos para dejar que pase la otra, de un solo paso, con menos nazarenos y sin música.

La sorpresa de todos los presentes es perfectamente entendible. No se recuerda un hecho semejante en el pasado, al menos reciente. Además, es evidente que se trató de una solución improvisada, porque ninguna de las dos hermandades sabía que se podía producir este encuentro.

Al escribir este artículo tengo dos opciones: la primera, la más visceral. Dicho de otro modo: ¿quiénes son los culpables? ¿Cómo es posible que salgan dos hermandades, una a cada lado de la carrera oficial, y se choquen? ¿A quién le cortamos la cabeza? Sin embargo, dejo este debate para el fuero interno de las propias hermandades y del Consejo, en el que entiendo que se debe discutir este asunto para evitar que vuelva a repetirse.

No hago esto porque no me interese el asunto, sino porque considero que ante dificultades de esta altura, las hermandades debemos evitar la tentación de tirarnos los trastos a la cabeza y, al contrario, dar ejemplo de tranquilidad y sentido común. No olvidemos que las cofradías no son simples asociaciones civiles, sino su condición de cristianas debe imprimir carácter en todo lo que hagan, incluso en la resolución de conflictos de cualquier gravedad.

Por eso, me quedo con la segunda opción con la que me siento delante del folio en blanco. No podemos desperdiciar la oportunidad de poner en valor un gesto extraordinario en medio de la Semana Santa de la crispación con los horarios, las rigideces que a veces nos llevan por recorridos y horarios difícilmente justificables o las tradiciones de las que en ocasiones somos más presos que otras cosa. Si antes de que ocurriera nos dicen a cualquiera que una hermandad se va a retirar de la calle que ya tiene ocupada para que pase otra, no nos lo creemos ninguno.

Sobre el papel es sencillo de entender: si el daño que recibo es mínimo pero el que puedo ocasionar es infinitamente mayor, pues me sacrifico. No pasa nada; además damos un testimonio ejemplar. Pero que cualquiera piense en su hermandad y reflexione si esto sería posible el día de salida en una situación similar. Digo más: de este problema, surgió tras la Semana Santa la primera convivencia entre las hermandades del día, que hasta ahora no se celebraba, y que tuvo lugar en la casa hermandad de la Misericordia. Tras la misa, los representantes de las cofradías explicaron en un ambiente propio del día en el que realizan su estación de penitencia, el del amor fraterno, cómo vivieron tan ajetreada jornada y no quedó ahí la cosa, sino que el hermano mayor de la Buena Muerte ofreció sus dependencias para realizar la segunda tras la próxima Semana Santa. Del conflicto, la oportunidad para dar ejemplo.

Mis felicitaciones a las hermandades del día y, muy especialmente, mi agradecimiento al hermano mayor de la Buena Muerte y a su diputado mayor de gobierno. Reconozco, además, que la primera lección me la he llevado yo. Siempre tan pesimista de puertas para adentro, el Jueves Santo me demostraron que algo queda de sentido del sacrificio y de la solidaridad entre cofradías. Lo mismo, hay esperanza.

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