A CIENCIA ABIERTA

Una boda sevillana

Carmen y Willinton se casan en la iglesia del compás de Santa Clara un sábado del mes de abril. Sería una de tantas bodas de la primavera sevillana a no ser por algunas peculiaridades. De entrada, los novios no van a tener que esperar al viaje a Cancún de la luna de miel para oír los acentos caribeños, pues Willinton y su familia se encargarán de traerlos a la  ceremonia y el banquete. No habrá siquiera viaje de bodas al uso, porque los novios tienen que reincorporarse al trabajo inmediatamente después de la ceremonia. Ambos se conocieron en un instituto de investigación de Sevilla, donde han realizado su tesis doctoral y, tras finalizarla, se marcharán a continuar su trabajo de investigación a la vecina Francia.

El caso de Willinton no es singular, puesto que en el Instituto casi la mitad de los doctorandos son extranjeros, siendo sus países de origen tan variopintos como Argentina, Bulgaria, Colombia, Italia, Marruecos o Suiza. Ello se debe a que no sólo la economía española ha mejorado mucho en los últimos decenios, sino que también ha madurado de forma extraordinaria el sistema de ciencia e investigación. Así, en los últimos treinta años hemos pasado de exportar licenciados españoles para hacer las tesis doctorales en Gran Bretaña o Alemania, a tener una floreciente inmigración cualificada que va ocupando poco a poco los puestos que los estudiantes españoles empiezan a desdeñar.

¿Y qué ha venido a estudiar Willinton desde tan lejos? Algo aparentemente no muy profundo, porque literalmente se ha quedado en la superficie. Resulta que, aunque la inmensa mayoría de las reacciones químicas tienen lugar en el agua, hay unos cuantos procesos de gran interés tecnológico que son el resultado de la reacción de un gas con la superficie de un sólido. Son las llamadas reacciones heterogéneas. Es el caso de la corrosión del hierro, que no es más que la combinación del oxígeno del aire con átomos de este metal. En este proceso, inocentes e invisibles moléculas de oxígeno llegan a la superficie del hierro como balas. La mayor parte de las mismas rebotan, pero algunas tienen tiempo suficiente para birlarle dos o tres electrones al hierro y se quedan allí, convirtiendo de esa forma una brillante superficie de hierro, Fe, en otra llena de ronchas de óxido, Fe2O3.

En cambio, las superficies mágicas de los catalizadores de los coches se las apañan para atrapar el letal CO y convertirlo en el mucho más inocuo CO2. Cómo evitar la indeseable corrosión de los metales o cómo mejorar el funcionamiento de los catalizadores es un tema de estudio de un campo apasionante, fronterizo entre la física y la química que se ha desarrollado espectacularmente en apenas treinta años: la ciencia de superficies. El equipo en el que trabajan Willinton y Carmen intentando desentrañar sus misterios es multinacional porque la ciencia, como el amor, no entiende de fronteras.

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