PASEO HISTÓRICO

La Feria de ayer

  • La fiesta sevillana ha vivido tantas épocas como generaciones la han disfrutado. RdA recupera imágenes del pasado, algunas son inéditas.

El vasco que fundó la Feria de Abril no era un holgazán dado a la juerga. Era hijo de uno de los fundadores de Altos Hornos de Vizcaya y en Sevilla trabajó en empresas familiares, navieras y mineras. El catalán que secundó al vasco en la creación de la fiesta era otra hormiga. En los años cuarenta creó la Fundición SanAntonio, de donde salió toda la estructura del hierro con la que se levantó el Puente de Triana.

Son José María Ybarra y Narciso Bonaplata. El primero llegó a ser alcalde, en 1875, pero no ha pasado a la historia por su cargo. Su gran aportación fue un documento que tiene una fecha: 25 de agosto de 1846. En él propone al Ayuntamiento un proyecto de mercado agrícola y ganadero para promover la industrialización del campo andaluz. “...Y, si escogiendo la mejor época del año para esta adjudicación, se procurare hacerla una fiesta agrícola y se la rodease de aquel aparato y suntuosidad que tan preferente objeto merece, no dudamos que los gastos que para dicha fiesta hiciere el Ayuntamiento no serían más que préstamos, y reembolsados muy pronto con beneficio, no sólo para los fondos del común, sino también para los habitantes de esta Ciudad”.

Este propósito inicial fue diluido en pocas décadas por la realidad social. La fiesta ganó terreno al mercado y lo terminó marginando. No sólo eso. El proceso de transformación fue tan radical que fue reseñado por Gustavo Adolfo Bécquer. En un artículo publicado el 25 de abril de 1869 en El Museo Universal de Madrid, el escritor denunciaba el alejamiento del tipismo castizo del origen del evento en beneficio de la influencia afrancesada. Eso que Bécquer criticaba la que ha sido precisamente la constante de la Feria a lo largo de su historia. En cada generación ha sido lo que la sociología de la época ha demandado. Lo dice el escritor y periodista Nicolás Salas. “Bécquer recordaba en 1869 las maneras típicas de la Feria de su juventud, que consideraba perdidas o gravemente adulteradas. Desde entonces, el fenómeno se ha repetido cíclicamente. Los críticos de principios de siglo añoraban el ferial que Bécquer consideraba adulterado; en los años veinte se fijaban como básicos los modos feriales de 1900 y en los años cuarenta y cincuenta se añoraba una Feria que premiaba al Círculo Mercantil por una caseta que figuraba un palacio japonés”.

La vestimenta es un ejemplo. Hasta bien entrado el siglo XX el corto campero y el traje de volantes era sólo para caballistas y las mujeres jóvenes. La mayoría de los feriantes se ataviaban a la última moda de París, y los hombres se cubrían la cabeza con un sombrero hongo. Sólo después de la Guerra Civil se generaliza el de ala ancha. El uso del traje de gitana va por épocas. En los años sesenta, en pleno desarrollismo franquista, las mujeres portaban pantalones ajustados y los varones iban con niquis. El volante era un exotismo reservado sólo a niñas y turistas.

La uniformidad de las casetas y su fisonomía tampoco responde a ninguna tradición asentada. Las de la primera época eran cónicas y de lona blanca, parecidas a los refugios que se usaron en la Guerra de Marruecos. Después la libertad fue tal que las había que emulaban los chalés o que eran idénticas a las carretas de la peregrinación al Rocío. La caseta siempre fue, eso sí, un termómetro de relevancia social. Los duques de Montpensier inauguraron la costumbre de que familias ilustres levantaran sus propios tinglados. Y eso también ha evolucionado según las épocas. En la Segunda República fue muy criticado el carácter elitista de la Feria. “Se excluía al público de los actos que se celebraban en las casetas mediante la colocación de cortinas que las tapaban”, relata Nicolás Salas. Con el advenimiento de la democracia, a partir de 1975, comienzan a proliferar los recintos de organizaciones sindicales, partidos políticos y organizaciones ciudadanas, un hecho que camina en paralelo a la masificación del Real de laFeria.

Este es el argumento principal para su traslado de Los Remedios a un emplazamiento más amplio, el Charco de la Pava, previsto para 2010. Desde su comienzo, la idea, criticada por los puristas, ha estado ahí. Existió un proyecto en el XIX para trasladar el emplazamiento inicial, el Prado de San Sebastián, hacia otro lugar, ya que esta zona era inundable. A los Remedios marchó en 1973, después de que fuera aprobado el traslado por el Ayuntamiento en el año 1940. Del dicho al hecho hay un trecho y hasta 1969 ningún alcalde retomó este espinoso asunto.

Desde sus comienzos hasta hoy ha habido múltiples formas de vivir la fiesta. Según las épocas ha predominado el piano, la guitarra o la orquesta; los bailes de moda o las sevillanas; y, dentro de estas últimas, las rocieras o las clásicas. Por la Feria pasaron los coches sin problemas hasta que en los 40 las restricciones de gasolina propiciaron la recuperación de los vehículos de tracción animal. En 1962, la peña er 77, ante su celebración en mayo, propuso que el calendario oficial indicara los días 31, 32, 33 y 34 de abril. En 1874 se instaló la primera bombilla eléctrica, que lució ese año como única y solitaria luz generada por electricidad; en 1990, sucedió un hecho inusual: ni un sólo caballo en el Real, en prevención de epidemias por la peste equina.

Aunque dedicada al mercado agropecuario, la Feria siempre tuvo un componente festivo. Y en eso consiste su esencia, a pesar de los cambios, desde que un día de agosto José María Ybarra y Narciso Bonaplata tuvieran la feliz idea de dar a luz a un evento que luego sería universal.

> Información obtenida en el libro ‘La Feria de Sevilla. Testimonios de su historia’, editado con motivo de la exposición celebrada en el Alcázar de la ciudad en marzo y abril de 1996. Las fotografías proceden de la Fototeca Municipal, perteneciente alÁrea de Cultura del Ayuntamiento.

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