OBITUARIO

Una gran luchadora se nos marcha desde Ayamonte

María José, en un reciente homenaje.

María José, en un reciente homenaje. / h.i.

Hay ocasiones que uno aborrece ponerse delante de un ordenador y contar las Amarguras que nos invaden, pero no hay más remedio y, con lágrimas en los ojos, pido a Dios sepa transmitir lo que quiero y deseo llevarles a todos ustedes.

Tan solo hace dos días que una de las grandes luchadoras que podamos encontrar fallecía después de seis años de continua lucha contra la lacra más cobarde, más ruin y más traidora de cuantas hemos conocido: el cáncer.

Con cuánta Esperanza vivió desde que el oncólogo le diagnosticó su mal hasta que, después de infinidad de quimios, de las más variadas ramas, nos dejó con la expresión de Paz en su última agonía.

Muchas veces vemos, al menos a través de nuestros ojos, que la Salud no es patrimonio de quien la busca o merece, sino de aquellos que han nacido con una estrella especial, un destino fijo o un Rosario de circunstancias que nadie nos lo explicamos.

María José Magro Sánchez, de 55 años de edad, es -perdón, era, que no me aferro a la realidad- un dechado de virtudes: cariñosa, trabajadora, emprendedora, buena amiga, buena ayamontina y sobre todo, desde que supo de su triste enfermedad, una luchadora como pocas. Además, casi dejando atrás lo suyo, se entregaba en cuerpo y alma a esas otras paisanas y paisanos que padecían el mismo mal, aunque la mayoría de ellos y ellas aún están recogiendo de Dios la Victoria.

María José pertenecía al grupo de voluntarias de la asociación de la lucha contra el cáncer que existe en Ayamonte. A ella no se le ponía por delante nada que hubiera que hacer: lo mismo hacía dulces para un evento, que vendía camisetas, muñecas, pins... Pero es que los hacía y los vendía. Y cuando llegaba el día que la asociación realizaba la cena anual, ella era una de las primeras que vendía cientos de entradas. Y a todo esto, tratándose continuamente con quimio; sin una queja, sin un mal gesto, sin una mala palabra, sin un solo quejío, ni tan siquiera un Socorro con que alimentar su Mayor Dolor, que era no poder hacer más de lo que hacía.

Ahora que tu Soledad ha venido a hacerte compañía, estoy seguro de que tu Victoria ha sido tan grande ante los ojos del Altísimo que ni esa última lágrima que derramaste antes de expirar, que se asemeja a la que lleva nuestra patrona, la Virgen de Las Angustias, que con tanto cariño supiste acoger ese mes de abril en tu parroquia, empañará la fortaleza que siempre has tenido para afrontar todos y cada uno de los problemas que resolviste. Para el tuyo ya no tuviste fuerzas para, después de seis años, ponerle cara y quitártelo de encima. Quizá esas nueve advocaciones tan unidas a ti no han querido que pase ni tan solo un Rocío mañanero sin tu presencia.

Estamos seguros que velarás por tu Tapi y por tu hija desde alguna de las Estrellas, como lo hiciste hasta ahora desde el lugar que ocupaste aquí en la tierra.

Lloramos, sí, pero llenos de orgullo y de satisfacción después haber perdido a una de las grandes mujeres de mi pueblo: Ayamonte.

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