Don Manuel Ángel
En memoria del ganadero de Los Millares
Lo recuerdo llegando cada tarde de viernes en el AVE de Madrid y marcharse los domingos casi al mediodía con el maletín en la mano y a Benjamín llevándolo a Sevilla. Si hay una imagen de todos estos años yo me quedo con esa que simboliza el esfuerzo y el amor que le tuvo siempre a este campo suyo.
Yo había salido de mi etapa como concejal y él argumentó en aquel entonces del 2007 mi incorporación a Pelegrín. Le dije que sí. Me otorgó un rústico Daewoo verde y confió en que de una vez por todas le pusiera en orden parcelas y olivar viviente en el Sigpac. El Daewoo y yo nos hicimos íntimos de la O.C.A de Cartaya y con esfuerzo aquello se fue arreglando. Pero eso no es ahora importante.
Lo vital de Manuel Ángel Millares fue ese pertinaz empeño para volver a levantar tapias de piedra donde antaño hubo bravo; poner nombre a las cercas, (Hormiguita, El Maestro, Caulo, Las Liebres…) llenarlas de toros y darle a Trigueros más presente y futuro en los carteles. De Trigueros, ponia el quel cartel de Pamplona con la divisa debutando. Podía haberlas llenado de otras muchas cosas más fáciles de gestionar pero las llenó de toros y vacas bravas. Y las llenó bien porque por entonces el empaque de la ganadería lo defendían casi quinientas vacas de vientre.
Lo vital de todo eso es la bandera de Huelva que siempre ondeó en su casa, en las tapias de aficionados, en la generosidad compartida de un festival benéfico durante muchos años, en la bandera de triguereño que algunos no entendieron y en la honestidad con la que siempre creyó estar criando el toro.
Cuando terminó de levantarse la casa grande, Manuel Ángel seguía yendo y viniendo cada semana tras repartir las alpacas, el pienso y el tratamiento de sus toros. La casa grande era el refugio que el hombre había construido para su familia. El orgullo de padre por saber que todos y cada uno de sus hijos y sus familias tendrían siempre espacio entre esos muros cuando la vida les dejara juntarse.
La construcción de la casa, además, quitó de un plumazo ese miedo mío de atravesar muchas noches el largo camino entre Los Millares y Pelegrín después de largas charlas pensando qué haría si alguna de esas noches me encontrase algún toro entre esa oscuridad.
A las primaveras de Los Millares le nacían becerros otra vez y los cercados se llenaban de esas manchas de colores violetas y amarillas que tenían las flores. El invierno en cambio llenaba de agua los nueve pantanos que hay en ese campo.
Por alguna razón la vida no solo me ancló en los Millares como periodista de toros sino que lo personal de una amistad lo fue agrandando el tiempo. Esa cercanía me dejó sitio de privilegio en las pruebas de matanza, en la tienta del Rajajacas para semental en aquella placita pequeña de tientas donde todo era más íntimo. En horas y horas de coche por la finca, en confidencias personales, en gestos generosos y en ese sin fin de cosas que hacen a dos personas buenos amigos.
Cuento esto porque desde ayer se me ha muerto el amigo que confió en mí como jefe y como periodista Se me ha muerto Manuel Ángel Millares, el hombre cuyos extensos cercados, ordenados, ejemplares para el manejo de la ganadería se habían convertido allá por 1994 en el espacio habitual de mi cámara de fotos.
El hombre que iba y venía en el AVE de Madrid había depositado en las tierras triguereñas de juventud su futuro proyecto de vida. Desde lejos puede parecer que ese proyecto de territorio fue solo cuestión de pasta. Yo sin embargo estoy convencido que fue una de las más perfectas definiciones de aficionado y defensor de la Fiesta sabiendo, como lo sabía, que el toro le iba a exigir mucho más de lo que iba a recibir. Lo de Manuel Ángel con los Millares siempre fue cosas de esfuerzos; de luchas y de algunos tragos amargos pero siempre pensé que aquellos paseos largos y despaciosos en el amanecer de los sábados por entre sus cercados quitaban el cansancio del tren y de la empresa.
Despedir al amigo puede ser objeto de inteminables recuerdos porque esa tierra fue y sigue siendo territorio de nostalgia y de esfuerzos para mí. Aquí lo dejo. A media hora de su sepelio en ese Trigueros que hoy debe despedirle.
Me cuestan los obituarios. Se me están marchando demasiados amigos del toro y de mi vida y eso va pesando poco a poco, mucho. Creo sin embargo que la vida, la providencia, lo que sea, vino a ser justa con el amigo dejándolo volar sin tener que estar anclado ya más tiempo a la enfermedad. No había justicia en ese trago, D.E.P.
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