Salir a comer en Sevilla

Tradición familiar en un ambiente castizo

  • Lorca tenía razón con esto de la fiesta de culto, y como tal, el culto debe tener un lugar donde expresarse; buen templo este restaurante El Manijero.

Detalle de la fachada de El Manijero.

Detalle de la fachada de El Manijero.

Cerca del Guadalquivir, en la orilla sevillana que mira con recelo a la trianera, se encuentra un templo gastronómico que abraza las calles Trastamara y Albuera. Por un lado, el escritor latino Marcial ya dijo que “abundantes los bienes menudos” que enriquecen la tierra del campo andaluz. Por otro, “el alma ausente” de esta tierra, Federico García Lorca, afirmó del toreo que “es la fiesta más culta del mundo y la riqueza poética y vital mayo de España”.

La saga de los Boza, dos generaciones de buena cocina para una amplia clientela. La saga de los Boza, dos generaciones de buena cocina para una amplia clientela.

La saga de los Boza, dos generaciones de buena cocina para una amplia clientela.

La tradición es un pilar fundamental de la historia sevillana. La ciudad del Giraldillo, de los callejones estrechos y el olor a azahar, esconde templos gastronómicos que ejemplifican a la perfección la esencia más pura del sentir y vivir de Andalucía.

Uno de estos lugares de culto culinario, es el restaurante El Manijero. En pleno centro neurálgico de la capital se erige este local que ofrece una gastronomía clásica entre tanto modernismo minimalista que arrasa hoy día entre fogones. Aunque no reniegan de lo innovador, la cocina manijera adereza sus creaciones con el clasicismo y las recetas de toda la vida.

Como buen ganadero de esto de la restauración, Felipe Boza, gracias a la experiencia que le inculcaron sus mayores, ha sabido dar su sitio a este negocio familiar que cuenta con muchos adeptos.

Además, en los días de fe ciega, donde la calcarenita de Los Alcores asienta las manoletinas de los valientes, suenan clarinetes de gloria, y los farolillos de colores tintinean al son de una sevillana. Este tradicional rincón se llena de entendidos del coso taurino que, muleta en mano y amontillado en la otra, debaten sobre la faena de un país que, hoy por hoy, es de almohadillas al ruedo.

La decoración de El Manijero es un impasse en el tiempo, una mirada a lo pasado, a lo nuestro. En los muros del comedor, cientos de fotos que, alumbradas por faroles y el aura celestial de la Virgen del Rocío, son enseñanza de vida. Una pequeña barra que regala cerveza helada en los momentos de espera y barriles que flanquean la entrada y saludan al comensal.

Los platos son de “olés”. Los platos son de “olés”.

Los platos son de “olés”.

Aquí se viene a sentir lo que se come, a disfrutar del entorno, y del contorno de un plato que ofrece productos de gran calidad basados en las carnes selectas de nuestra sierra, pescados y mariscos de la Higuerita del mundo, Isla Cristina, y las costas portuguesas.

La carta saluda al presidente con chacinas como el jamón, la caña de lomo o el salchichón. El astado asoma por la puerta de chiqueros con la fuerza del hígado de pato, el solomillo al whisky o las croquetas de puchero. Templanza por aquí y por allá con las pavías de bacalao, los salmonetes fritos o los taquitos de merluza. Muletazos de “oles” para las mollejas de cordero, la carrillada de merluza o el pollo frito. Montera al aire que cae en el paladar, como debe caer, y Puerta del Príncipe, abierta de par en par, para El Manijero que sale a hombros tras una vuelta al ruedo merecida por la leche frita.

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