Tribuna

esteban fernández-Hinojosa

Médico

La vida buena

Hay un sutil vínculo entre los mejores valores de la comunidad y la "vida buena", aunque todo indica que el exacerbado individualismo moderno lo ha roto

La vida buena La vida buena

La vida buena / rosell

Revisando la bibliografía científica encontré hace poco un trabajo publicado en 2015 cuyo título (traducido), Soledad, eudaimonía y respuesta genética ante la adversidad, captó toda mi atención. En su conclusión se afirma que el bienestar eudaimónico puede desactivar el pernicioso efecto que el estrés ejerce en ciertos genes que sintetizan moléculas de la inflamación. Sorprende que las bondades de una idea filosófica tan provecta como la eudaimonía, cantada por Aristóteles hace veinticinco siglos, puedan ahora ser verificadas en el laboratorio científico.

A diferencia del bienestar hedónico -representado por experiencias placenteras simples que suelen ser de corta duración-, el bienestar eudaimónico es una experiencia interior, objetivamente buena y duradera. Cenar en un restaurante de postín y correr un maratón pueden llevar a experiencias de bienestar similares; pero el sacrificado ejercicio físico contribuye a mejorar al practicante de una manera que probablemente no consiga el delicioso festín. Si el bienestar se relaciona con esfuerzos significativos, quizá sea el momento de rescatar la vieja idea aristotélica y enriquecer con ella un canon hedonista fundamentado sobre valores predominantemente sensuales.

Del renovado interés que hoy despierta todo lo relativo a la felicidad toma su importancia el milenario concepto de eudaimonía que Aristóteles asocia al perfeccionamiento no sólo del individuo, sino también de la polis en la que convive. Hay un sutil vínculo entre los mejores valores de la comunidad y la "vida buena", aunque todo indica que el exacerbado individualismo moderno lo ha roto. El artículo arriba referido sugiere posibles efectos biológicos protectores de proyectos existenciales con significado y propósito. La hipótesis de señales emitidas por el bienestar eudaimónico contrarias a los efectos del estrés y la soledad -que ahora cobra interés en neurociencia-, se aviene como anillo al dedo a las tesis del griego.

Si el estrés representa en el corto plazo un eficaz mecanismo de supervivencia, convertido en estilo de vida garantiza, en cambio, el adelanto del más funesto de los destinos. El estrés, como la soledad, promueve la inflamación que, a su vez, ofrece amparo al crecimiento de las células cancerosas y de la placa de ateroma, y potencia también la susceptibilidad a enfermedades neurodegenerativas. La buena noticia es que quienes desarrollan nociones abstractas de significado y propósito, aquellos que ordenan su existencia en torno a lo que el polímata llama "vida buena" tienden a expresar en sus células genes de efectos más salutíferos. La eudaimonía explicada en Ética a Nicómaco -el bien supremo, el fin al que tiende el ser humano en el ejercicio de la función que le es propia, que practica de acuerdo a la virtud, y de la que surge la "vida buena"-, puede ofrecer claves enriquecedoras a una concepción de bienestar tomada en herencia del utilitarismo moderno.

En la alborada de la epigenética y del conocimiento de la interacción entre estrés y genoma, sería asombroso demostrar finalmente que las formas de vida más dignas y bellas son también las más saludables. Frente al imperio de la farmacocracia, fundado sobre el imponente arsenal terapéutico que impulsa el progreso tecnológico, y destinado en parte a medicar la angustia, la desconfianza o el resentimiento, estos novedosos hallazgos insinúan que los proyectos existenciales significativos -que apenas ofrecen gratificaciones de manera inmediata- pueden guardar insospechada correlación con expresiones corporales más vigorosas. Más que ser feliz, importa serlo de una manera concreta. Quizá la vida lograda se halle en alguna práctica significativa con la que, en vez del esfuerzo por encontrar placer, se encuentre placer en el esfuerzo, se tonifique el carácter y se contribuya a la hermosura del mundo.

En lugar de evitar el estrés, la soledad u otros sufrimientos, el poderoso enfoque se centra en la realización de actividades con sentido de propósito, actividades que por lo general poseen la cualidad de trascender adversidades. Se sabe que muchos de los que padecen soledad crónica desarrollan la delirante teoría de que los demás no son dignos de confianza y, por eso, cuando se encuentran en compañía de ellos simplemente experimentan estrés. La investigación sobre las concepciones de bienestar y sus repercusiones biológicas permanece aún en pañales y arrastra multitud de interrogantes sobre las consecuencias para una vida saludable. Conocer, por ejemplo, la influencia que ejerce la idea que se tiene de bienestar sobre la forma en que éste es experimentado aportaría consecuencias no sólo para la salud de la ciudad, sino también para una más fina y ajustada comprensión del eterno debate sobre el problema mente-cuerpo.

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